jueves, 16 de marzo de 2017

Desenvolvimiento Espiritual - Santiago Bovisio

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Índice:

Enseñanza 1: Hidrochosa

Enseñanza 2: El Tabernáculo Secreto

Enseñanza 3: La Llamarada

Enseñanza 4: Examen Retrospectivo

Enseñanza 5: Reserva de Energías

Enseñanza 6: Método de Vida

Enseñanza 7: Asistencia y Trabajo

Enseñanza 8: La Renunciación

Enseñanza 9: Valor y Control Personal

Enseñanza 10: El Ejercicio de la Memoria

Enseñanza 11: El Amor Real

Enseñanza 12: Los Doce Rayos del Amor

Enseñanza 13: La Perseverancia

Enseñanza 14: Conciencia y Voluntad

Enseñanza 15: El Don del Olvido

Enseñanza 16: La Transmutación


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Enseñanza 1: Hidrochosa

Ideas y obras nuevas se preparan para el mundo. Si la raza del cristiano signo del Pescado ha desarrollado en alto grado los estados de colectividad, los grandes movimientos y organizaciones en masa, la sexta subraza desenvolverá de un modo especial la egoencia del ser.

Empezará por ampliar el sentimiento de egoísmo superpersonal; se hará familiar el concepto que la humanidad no adelanta ya por la dádiva que pueda recibir, y los nuevos tipos humanos se proporcionarán la felicidad con sus propios medios.

Se elevará, entonces, un concepto aristocrático del ser hasta la más alta expresión de la individualidad.

Por eso, un estremecimiento de espiritualidad, de deseo de conocimiento suprafísico, se ha hecho sentir entre los hombres durante la última década.

Muchos investigaron ansiosamente en los libros, buscaron maestros y procuraron divisar la luz detrás de los velos religiosos y de los símbolos iniciáticos.

Como era de esperar, muchas escorias se formaron alrededor de estos anhelos, y últimamente este tema ha venido a ser como una enfermedad psíquica de moda.

Tal estado de cosas ha llevado a muchos al error, a la desorientación y al desencanto; mas a nadie hay que culpar por lo ocurrido, que es defecto de la pobre mente humana correr siempre ansiosamente a juntar sus energías y buscar nuevas sensaciones en lo externo, mientras rehúsa trabajar y realizar la Gran Obra con sus propios medios, introspectivamente.

Corre la mente del hombre en pos del filón de oro que otro dice haber descubierto, gasta sus reservas vitales en la saltante búsqueda; tropieza, incauto, en las ilusorias trampas y rehúsa cavar en la huerta de su casa.

Como todo es orden y armonía en el Universo, nuestro planeta está rodeado, por decir así, de tres esferas concéntricas de Seres Divinos, Semidivinos y Superiores, que ordenan, protegen y regulan los destinos de la Tierra y de sus habitantes.

Cuando una raza decae y otra empieza su ciclo, cuando hay que dar otro impulso a las actividades humanas y es más imperiosa la necesidad, estos Seres vienen directamente a vivir entre nosotros.

Al volver a los planos superiores, Ellos dejan un corto número de discípulos para mantener vivas, a través de los tiempos, las enseñanzas recibidas de aquellos Divinos Instructores.

De entre estos hombres escogidos, surgieron las grandes Escuelas Iniciáticas de la antigüedad. Podemos llamar a estas tres Místicas Ruedas: Solar, Lunar y del Fuego.

Los seres de la Rueda Solar poseen un grado altísimo de espiritualidad y rigen directamente el desenvolvimiento gradual de las mónadas humanas; seleccionan, de entre las razas, las que deberán formar las nuevas; distribuyen las Entidades en los diversos trabajos de la Gran Obra en la Tierra y en los planos suprafísicos que le siguen, según su grado y adelanto; regulan la formación y desaparición de los continentes.

En la generación actual no hay ningún Maestro Iniciado Solar sobre la Tierra, pero sí algunos de sus directos discípulos.

Uno ha aparecido, o aparecerá entre los hombres, por los años 1972 - 1977, momento inicial de la época del signo de Acuario, Hidrochosa o Americano.

Los seres de la Rueda Lunar dirigen de cerca el adelanto y la civilización de los pueblos; a Ellos se deben los grandes movimientos evolutivos y libertadores de las masas; estimulan y guían las grandes migraciones; fomentan el bienestar de las naciones; fundan e inculcan los preceptos de las grandes religiones; son, en una palabra, los paladines de la civilización, de la libertad y del progreso social y ético del mundo.

En la actualidad hay en la Tierra un determinado número de estos Grandes Iniciados.
La misión de los Iniciados del Fuego es procurar que el ser pueda reconocerse a sí mismo, y pueda descubrir la Llama que brilla, oculta en él, desde que los hombres bebieron la Copa del Olvido.

El estudio de la Gran Química les pertenece, especialmente aquélla que impulsa, dirige y modela las internas transmutaciones.

Ella hace de la Materia Mente y de la Mente, Materia; siempre alerta en la Gran Lucha para que no se apague la Llama y alcancen los hombres y las cosas el punto armónico. 

Sobre la Tierra hay ahora un número reducidísimo de Iniciados del Fuego; mas no siempre fue así, pues Ellos tuvieron Escuelas florecientes y contaron con hasta setecientos Iniciados con físicas vestiduras.

Durante la famosa gran lucha de los mil quinientos años, que sostuvieron los nacientes Arios contra los poderosos Atlantes, mientras duraron las grandes guerras y las espantosas escisiones y sumersiones continentales, un gran número de Iniciados, como ya se ha dicho, estuvieron entre los hombres. 

Luego, pasado el más apremiante peligro, se retiraron a lugares apartados, a cuevas subterráneas y a huecos en montañas volcánicas; y, desde allí, sus discípulos siguieron y siguen su obra. 

Hoy vuelven a abrirse las puertas del Templo; muchos Iniciados del Fuego están listos, arriba, para venir entre nosotros a impulsar la formación del nuevo día de Sakib, que está por despuntar.

De las entrañas de la Tierra, ha vuelto a levantarse la Llama de la Divina Madre y ha salido a la luz del día para que la bese, una vez más, su Esposo Solar.



Enseñanza 2: El Tabernáculo Secreto

Cuando un hombre decide emprender algo nuevo para él, queda implícitamente establecido por las leyes de la lógica que es indispensable empezar por el punto de partida comúnmente fijado para lograr el objeto.

Por eso se entiende, que al comenzar el candidato el camino de su perfeccionamiento ha de resolver la reforma de su vida anterior, según hicieron otros que ya treparon las alturas del alma.

Se entiende que el aspirante ha de adoptar una determinada regla, o código, y observarla escrupulosamente, bajo pena de perder lastimosamente el tiempo si no lo hace y aún de recibir serios castigos.

Se entiende, en definitiva, que ha de colocarse dentro de una u otra corriente de ideas, de antemano establecida.

Esta labor es buena, excelente; pero es, por decir así, emprender la obra desde afuera hacia adentro, mientras que la “Labor de la Gran Obra”, empieza en las más íntimas y escondidas profundidades de la conciencia interna del ser.

El aspirante ha de dejar, una vez por todas, la bolsa de pan del pobre; nada ni nadie ha de fijarle leyes ni trazarle límites, y él mismo ha de transformarse en pan vivo para su propio alimento. “Yo soy pan de vida”, dijo Cristo, “Si no comiereis de este pan, no tendréis la vida eterna”.

Esto significa que el ser ha de libertarse con sus propios medios, cuando la experiencia lo haya hecho apto para entrar en la senda de los elegidos.

Cada hombre es un pequeño mundo, mejor aún, un Universo en miniatura, con todas sus reglas particulares y excepciones. Lo que es muy bueno para uno puede resultar contraproducente para otro.

Además, la Humanidad establece, sabia e indiscutiblemente, como axioma básico de perfección espiritual, la conquista del bien y el aniquilamiento del mal. 

Pero más allá de la región de los seres, en la pura atmósfera del Espíritu, ni uno ni otro existen.

No se puede despreciar la sangre que circula por las venas de nuestro organismo por ser impura, y tan sólo darle valor a la que circula por las arterias, sin entrar a analizar que la existencia de la una está inexorablemente regida por la existencia de la otra.

El verdadero desenvolvimiento espiritual no empieza ni se adquiere; es, más bien, un maravilloso conocimiento retrospectivo que, quitando uno a uno los velos de la ilusión, que la necesidad de la experiencia ha colocado sobre las almas, hace que el ser vuelva a la Fuente de la Vida, en su interior, y se conozca a sí mismo en el silencio absoluto de la indiferenciada Esencia.

“Entremos en la celda del conocimiento de nosotros mismos” repite, sin cesar la mística Catalina Benincasa de Siena. 

Penetre, pues, el Hijo de la Llama, en su propio corazón. Éste es el misterioso sepulcro de la Madre Divina, y allí Ella espera, siempre, el beso del verdadero amante que la despierte y obligue a revelarle los secretos eternos. Allí aprenderá la Gran Alquimia que trasmuta el duro metal del dolor en el oro puro de la paz y de la felicidad.

A este concepto no hay que darle una forma simplemente simbólica, sino forma real. Aún fisiológicamente, el corazón humano es la medida del Universo; su formación, su vida, sus latidos, las diferentes sustancias que circulan por sus cavidades, la multitud de átomos ponderables, dinámicos e imponderables que lo componen son una medida microcósmica del Macrocosmos.

El corazón humano es el Arcano de la existencia; allí está oculta la semilla del Sumo Poder que, debidamente aplicado y desarrollado, podría conocer, formar, mantener y destruir todas las cosas. Allí, latente, está el substratum de todas las perfecciones, de todas las posibilidades, la flor innata de todos los goces y satisfacciones, y aún la semilla de todos los males y miserias.

Si los afectos de un corazón limitado son los deseos de la vida, las manifestaciones de un corazón libre y consciente son las realizaciones del Supremo Amor.


Enseñanza 3: La Llamarada

“El Espíritu es fuerte, mas la carne es flaca”.

Muchos desearían salir de las vulgaridades y miserias de la vida; pero la falta de ejercicios espirituales, la carencia de ambiente y los enemigos internos interrumpen continuamente el camino del mejor intencionado.

La llama de la Madre Divina brilla sobre el monte de las aspiraciones con toda su brillantez, pero ¿cómo llegar hasta allí?

Entonces el neófito, titubeante, se formula dos preguntas: ¿Si soy un ente libre, por qué no puedo libertarme de las pasiones que me atan a la tierra? Y, si soy un esclavo atado a una ley inexorable, tramada por el destino, ¿por qué luchar contra lo imposible?

Éste es el dilema eterno que ha tenido en suspenso durante siglos a millares de almas voluntarias, y ha llenado el mundo de discusiones, libros y pareceres de sabios.

¿El elegido, para entrar en el Sendero Espiritual, es llevado a éste por la predestinación, o por el libre albedrío?

¿La elección, es fruto de la casualidad o de la voluntad?

Existen dos grandes leyes universales que, paralela y alternativamente, determinan el mayor o menor adelanto del ser: La Ley de Predestinación Consecutiva y la Ley Arbitral de Posibilidades.

El ser viene de un punto, está en otro y sigue adelante.

Ello no queda a su arbitrio, sino está predestinado al juego armónico de la gran ola de causas y efectos, de la cual no puede apartarse; se tiene así la Ley de Predestinación Consecutiva.

Pero si bien no puede apartarse de la Ley de Consecuencias, indudablemente está en él apresurar o retardar las acciones originarias, por el esfuerzo consciente de la voluntad; se tiene así la Ley Arbitral de Posibilidades.

En síntesis, lo infinito y lo finito se encuentran y se funden entre sí, continuamente.
La cruz Ansata, que domina el templo de Hes, es siempre la solución del gran problema, divino y humano.

Detrás de estas dos grandes leyes fundamentales y universales, rige otra ley, interna y oculta, que relaciona al ser individualmente con la corriente cósmica y espiritual que está dentro de su vastedad de conciencia.

Durante la vida, el ser asciende, traza, por decir así, una línea curva, la cual, cuando llega al punto máximo de su ascensión choca con la corriente cósmica que sintoniza con ella. 

Es la ocasión única de la vida, es la vocación que resplandece de repente en la mente del buscador, es el momento de progresar que una sola vez se presenta en el camino humano.
Aún el ser más perverso tiene su instante de ascensión y conexión con las fuerzas superiores, y es cuando siente el deseo de ser más honrado y mejor.

Si el alma sabe llevar consigo, durante el descenso de la curva hacia la muerte física, pues la muerte física no es, en definitiva, más que el agotamiento de determinadas consecuencias y posibilidades, la llama de la vocación percibida en el vislumbre superior, nunca volverá a ser lo que fue; y si el olvido apaga esa luz, no será más que un recuerdo que tendrá que fecundar en una próxima peregrinación humana.

El principiante no debe desanimarse si al empezar la carrera espiritual encuentra por todas partes enemigos, dificultades y tentaciones que se interponen a su paso, pero con esfuerzo continuado y recta intención procure estar siempre dentro de la corriente de anhelos espirituales.

No le faltará ayuda en el momento necesario; y si el adelanto, al principio no es tanto como hubiera deseado, ha de saber que el adelanto espiritual no se mide con los grandes progresos, adquisición de poderes psíquicos y dominios internos, que también están sujetos a la ley de flujo y reflujo, sino que se mide con el estado y duración de la serenidad interior.

Si el espíritu, en su santuario interior es libre, y si es verdad que hay que libertar al alma de toda traba o imposición para llegar hasta él en íntima unión, la vida exterior y los sentidos han de ser estudiados y conocidos. 

Por eso, son indispensables una determinada serie de ejercicios que, practicados de un modo u otro, según la disposición y característica particular de cada estudiante, lo disponen para recibir las enseñanzas superiores que se indican siempre cuando llega el momento oportuno.

Por lo pronto, calle el discípulo y espere. Callar es la primera palabra que ha de conocer el estudiante y le dará la solución de las otras nueve, que se enumeran a continuación.

Las palabras básicas para el Desenvolvimiento Espiritual son las siguientes:

Primera: Callar
Segunda: Escuchar
Tercera: Recordar
Cuarta: Comprender
Quinta: Saber
Sexta: Querer
Séptima: Osar
Octava: Juzgar
Novena: Olvidar
Décima: Transmutar


Enseñanza 4: Examen Retrospectivo

Con tolerable aproximación podemos representar el pensamiento como el fluir de una corriente de agua que continuamente baja de desconocidas montañas (lo instintivo, lo racional), se plasma en el curso de antemano trazado, para desembocar finalmente en la inmensidad del mar de la materia.

El pensamiento fluye siempre, su actividad es incesante, cuando no consciente, subconscientemente; tal sucede durante la noche, estando entregado al sueño, mientras el cuerpo descansa. Si no fuera así, reinaría el caos. Si por un solo instante se detuviera el principio raíz del pensamiento, se desharía el Cosmos.

Sin embargo, si se pudiera retener las fuerzas mentales (pensamientos), se multiplicaría enormemente su poder al ponerlas de nuevo en movimiento.

Los resultados serían sorprendentes, la Materia respondería a su llamado, el pensamiento se haría carne y se comprenderían las palabras de Cristo: “Si tuvierais verdadera fe, le diríais a la montaña: Muévete, y ella iría hacia vosotros”.

De tanta importancia es el control de las fuerzas mentales, que en toda Escuela Iniciática es lo primero que se enseña al aspirante.

El fin deseado es que el pensamiento sea el caballo de la Mente Superior y no que esté sujeta a aquél.

La imposibilidad que tienen los seres de dominar el pensamiento, de aquietar las revueltas aguas del lago del Alma, es una de las causas por las cuales se desconocen los hechos de vidas anteriores.

El ejercicio raíz, que introduce al discípulo al conocimiento de su mundo mental es el “examen retrospectivo”. Bajo una denominación u otra, y practicado en formas diversas, han hecho uso de este ejercicio todas las religiones y todas las Escuelas.

Se efectúa como a continuación se expone.

Preferentemente se hará de noche, al acostarse, o poco antes. El silencio nocturno favorece el silencio interior; el cansancio del cuerpo, que instintivamente hace sentir la necesidad de abandonarlo al reposo, y no recordar lo acontecido durante el día, ayuda al pensamiento en este descanso interior.

Claro está que, si en este momento no se aplica la voluntad, el sueño de inmediato se adueña del ser; por eso, aunque el relajamiento del cuerpo favorece el relajamiento de la mente, debe mantenerse suficientemente despierta la atención para no perder el dominio de la razón.

Tras un minuto de descanso mental, se debe procurar recordar los hechos ocurridos durante el día, desde el momento que se empieza el ejercicio, retrocediendo sucesivamente, hasta el momento de despertar.

Al principio suele existir una tendencia a tardar mucho en el recuerdo de los hechos, para obviar lo cual es conveniente detener o, mejor dicho, fijar la atención en lo más importante, descartando los sucesos más triviales. Siempre hay tres o cuatro hechos que se destacan. Hay que fijarse objetivamente en el hecho, sin calificarlo.

No interesa al ejercicio que sea bueno o malo; subconscientemente, durante el sueño, hará la mente este trabajo y, al día siguiente, por instinto, se sabrá lo que convendrá repetir o no.

Cuando en el ejercicio se llega al punto en que se fija la atención sobre el momento de despertar, hay que suspender el pensamiento, y se debe imaginar que la sangre acumulada en el cerebro por el esfuerzo realizado durante el día, desciende lentamente al corazón, donde se purifica. Desde allí continuará su descenso hasta la planta de los pies. Se entrará entonces en un sueño apacible.

Con tres o cuatro meses de práctica, se puede ya mirar con más detalles, se percibirá el hecho mas insignificante con rapidez.

El adelanto se puede apreciar cuando el discípulo puede pasar rápidamente la película de los hechos, con mucha precisión y sin omisiones.

Puede definirse el “ejercicio” como un conjunto de prácticas, que tiene por objeto desarrollar una facultad, o, si ésta es ya poseída, conservarla con todo su vigor.

Con el examen retrospectivo propónese desarrollar la facultad de manejar las fuerzas mentales según se desee, de dominar, usando la imagen arriba empleada, el caballo de la Mente Superior.

En el plano Físico, el ser se halla muy limitado y a oscuras.

Sumergido en el tiempo, los tres Tiempos de los hindúes: pasado, presente y futuro, se encuentra con que el futuro le es desconocido, el presente le es inaccesible, y el pasado se limita a la presente encarnación, trecho insignificante del camino que lo trae del Infinito y al Infinito lo lleva.

¿Cómo divisar la meta?

Ir hacia adelante no es posible, pues el camino se halla a oscuras.

Tampoco puede abstraerse en el presente.

Queda, entonces, la pequeña distancia de camino recorrido que alumbra la memoria; en ella deberá ejercitarse el ser y retroceder cada vez más.

Cuando el discípulo esté más adelantado, cada ocho o diez días puede recorrer los hechos ocurridos durante el mes; cuando ha progresado aún más, se podrá efectuar sobre todos los hechos de la vida pasada, hasta el momento en que la luz del pensamiento brilló por primera vez en la mente del niño.

¿Y más atrás?

No hay que desfallecer; debe apuntarse el pensamiento a la puntita del alfiler por donde se entra al desconocido mundo suprafísico.

Allí se podrá recorrer los espaciosos caminos de pasadas vidas.


Enseñanza 5: Reserva de Energías

Si el principiante quiere adelantar rápidamente ha de habituarse a reservar sus energías físicas, intelectuales y morales.

Aquello de que “trabajar es orar” es verdad, si se entiende por trabajar una perfecta autoconciencia del ser de todos sus actos, hasta de los más insignificantes.

El resultado directo de esta autoinspección continua será un notable aumento de fuerzas en los centros productores etéreos, las cuales, aplicadas en el momento oportuno, verterán en la vida del discípulo una abundante dosis de salud, corrección y éxito.

Resérvense, ante todo, las energías sexuales.

En ellas descansa el magno poder que es fuente de toda manifestación de vida y base de todas las funciones de reproducción; además, estas fuerzas, sabiamente guardadas y dirigidas en el momento oportuno, vitalizan y renuevan el cuerpo e influyen notablemente sobre la mente humana.

Dicen los hindúes que la Divinidad ha colocado su asiento en el plexo sacro del cuerpo humano y que la Fuerza Universal duerme allí en forma de una serpiente enroscada, símbolo del bien y del mal.

Las hormonas sexuales vierten en la sangre la savia del bienestar y de la felicidad.
Si el hombre conociera las verdaderas y completas funciones sexuales, no usaría ese atributo excelso únicamente para el placer y la reproducción, sino también aprendería a trasmutar dicha fuerza en sustancia energética y mental, efectuando así una verdadera regeneración interna.

Los instructores religiosos, como tenían conocimiento de este gran secreto, impusieron abstinencia absoluta a sus sacerdotes; muchas personas llamadas a más perfecta vida, practicaron el celibato instintivamente; y aquellos cuyas reglas les imponían el matrimonio, ejecutaban las funciones reproductoras como un acto sagrado y medido.

Constantemente hay que desear que las energías sexuales se transformen en Verbo.

La Palabra produce sonido y el sonido contenido es vibración, y una vibración sabiamente sostenida y dirigida es poder.

Por el Verbo Creador fueron hechos los sistemas siderales. Por consiguiente, deben medirse las palabras.

En los viejos dichos de los pueblos suelen estar condensadas sabias leyes: “La palabra es plata, el silencio es oro”.

No puede imaginarse las energías que desparrama una persona habladora; la norma del silencio riguroso para los Iniciados, en los Templos Egipcios, era solemne y sagrada.

En los tiempos de Apolonio de Tiana se imponía a los aspirantes inquebrantable silencio durante los cinco primeros años.

Los religiosos trapenses observan la ley del silencio toda la vida.

Cristo ha dicho: “Sean tus palabras: si, si; no, no”.

La palabra debe ser expresión clara y concisa de la idea que se quiere expresar.

Se gastan energías vocales con las expresiones emotivas e iracundas, con el hábito de reír o llorar en demasía; pero se gastan terriblemente con la murmuración y la mentira.

En “Luz en el Sendero” se lee que “no se puede entrar en el Sendero del discipulado, hasta que la lengua sepa no herir”.

Además, la palabra inútil y malvada se carga de energías negativas que rodean viciosamente al ser que la ha emitido, y lo daña intensamente.

Por eso, se debe hablar poco, o hablar de modo que la palabra sea fuente de construcción de bien, de construcción al sostenimiento de la Gran Obra.

Al hablar bien, con medida y rectamente, una ley de simpatía análoga hace que las fuerzas de inmediato sean repuestas.

Si siempre se le llama a una persona de determinado modo, se observará que dicha persona se amolda paulatinamente al apodo.

Los Sannyasis, al empezar su vida de renunciación, cambian de nombre para que la palabra acompañe al nuevo ideal forjado.

Los antiguos fundadores de religiones imponían en el rezo el método y la vocalización de la palabra, porque conocían el poder de la energía vocal.

Por los ojos, también, continuamente escapan energías numerosas.

Un ejercicio mediante el cual el novicio aprende a refrenar los ojos, consiste en obligarle a declarar todas las noches la cantidad de rostros humanos que haya visto durante el día.

Los ojos, acostumbrados a saltar continuamente de un lado a otro, no sólo pierden fuerzas espirituales, sino también físicas; el paisano en el campo, acostumbrado a la concentración serena de la vista, puede distinguir un hombre o un animal a una distancia en donde una persona de la ciudad no ve más que uniformidad.

Además, habituando los ojos a la discreción del hombre que los dirige, se aprende paulatinamente a concentrar la vista interna, hacia el ser mismo.

Los ojos son el espejo del alma; una mente serena y tranquila se expresa por medio de unos ojos de equivalente expresión.

Hubo un sannyasis hindú que hizo voto de no sacar sus ojos del cielo; y San Bernardo desconocía el techo de su celda, porque siempre los tenía bajos.

Guárdense las energías de los ojos para que cuando miren, vean todo de un golpe y escudriñen hasta lo más recóndito.

Más vale no ver muchas cosas; pero si se llegan a ver, conviene se borren de la retina.
Mírese entonces para que al usar los ojos, puedan relucir como brillantes rayos de sol.


Enseñanza 6: Método de Vida

Metodícense las vidas, los años, los días.

Mírese la magnificencia de la bóveda celeste, cómo matemáticamente recorren sus órbitas los sistemas solares y los astros, las vueltas de los años cósmicos y los días humanos.

Puede observarse cómo todo es ley y orden en la Naturaleza, y la regularidad con que se suceden las estaciones del año.

Si desde el punto de vista espiritual el Alma debe tener la más absoluta libertad de orientación, en los actos exteriores y método de vida, las acciones del ser deben estar sometidas a estricta ley y vigilancia.

Es necesario que el hombre impulse el ritmo de sus trabajos diarios al compás de las siete corrientes cósmicas que dividen los días solares.

Por eso conviene levantarse al alba y repartir los actos cotidianos ordenadamente.

El tiempo no existe más que como duración; por eso las horas son rápidas o lentas, cortas o largas, según estén bien o mal repartidas.

Para aquél que hace sus cosas bien y ordenadamente, hay tiempo y lugar para todo.

El cuerpo del hombre tiene que acostumbrarse a servir a su amo, y no éste a su físico. A su tiempo debe descansar, y a su tiempo, obrar y trabajar. 

No es conveniente prodigarle cuidados excesivos, ni tomarle por enemigo que se debe destruir como hacen los miembros de ciertas religiones.

No es, en manos del ser consciente, sino un instrumento: si se lo acaricia, se adormece, si se lo castiga, se rebela, y si se lo dirige, obedece.

Hay quien se preocupa demasiado por la salud del cuerpo, no reflexionando que la salud física es el resultado natural de un discreto modo de vivir.

Bébanse aguas surgentes en abundancia y cómanse espigas maduras, eliminando lo muy dulce y lo muy ácido; la alimentación debe ser regularizada, vigilada y medida, para que el ser esté fresco, ágil y flexible.

Diariamente, enemigos destructores, en la forma de millones de bacterias, se agolpan en las porosas puertas del organismo humano, para adueñarse de él, destruyendo sus tejidos, o infectando sus linfas. Aléjese del peligro con frescos baños, con una caminata matinal y con una respiración correcta.

En los ejercicios respiratorios no hay que adoptar métodos estrambóticos o afectados, sino el correcto modo de respirar en tres tiempos: inspírese ampliamente por las narices, reténgase unos instantes el aire en los pulmones y espírese fuertemente por la boca.

Además de distribuirse el día según los siete movimientos cósmicos, hay que moverse de consuno con la Gran Corriente Dual, que sube y baja pausadamente, si se quiere llegar a adueñarse de sí mismo.

Estas dos fuerzas son positivas y negativas, activas y pasivas, según el acto que se vaya a ejecutar.

Algunos, cuando están trabajando, desearían descansar, y en horas de reposo sienten todos los impulsos e iluminaciones respecto de lo que tienen que hacer durante el tiempo de estudio o trabajo.

Pero estos inarmónicos estados de la mente no son más que los engañosos reflejos de la voluble y mal acostumbrada imaginación.

Si al leer o trabajar se nota cansancio o aburrimiento, continúese, aunque en apariencia se aproveche poco; se debe insistir aunque un denso velo cubra la inteligencia y embote el cerebro; al día siguiente se notará que no se perdió el tiempo, pues habrá trabajado el subconsciente.

Pero si, por ejemplo, una lectura nos interesa mucho, suspéndase unos minutos al llegar a lo “mejor”, para que la reserva de energía mental no se queme en aras de la fantasía, dejando luego tan sólo un vago recuerdo de lo leído.

Mucho apresuramiento no siempre permite llegar a tiempo a una cita; conviene, más bien, detenerse a recolectar energías mediante un acto volitivo contrario a lo que se proponía realizar.

Conviene acompañar con palabras las acciones del día, murmurando muchas veces: salud, bienestar, orden, etc.

Las fuerzas físicas, ordenadamente distribuidas, reflejan el estado y la actividad de las fuerzas mentales.


Enseñanza 7: Asistencia y Trabajo

Como centinela, siempre vigilante, ha de ser el discípulo, porque en cualquier momento puede sonar la hora en la cual se lo llama a la Labor.

Los Maestros que dirigen los destinos del mundo lo llamarán a trabajar en cuanto esté el candidato bastante preparado para participar en la misma.

La Obra de asistencia a la humanidad es la Gran Corriente, poderosa fuerza puesta en marcha por los protectores invisibles, que arrastra consigo al ser que esté en condiciones de sostenerse en Ella, y excluyendo a aquél que no puede tolerar la alta vibración de la misma.

Esta participación se efectúa lenta e insensiblemente a medida que el discípulo vaya adelantando, sus cuerpos físico y astral se vayan depurando paulatinamente de las escorias materiales demasiado pesadas, y se rodeen de un ejército de átomos físicos y suprafísicos más puros y adecuados para penetrar y resistir la Gran Corriente.

Cuando llegue esta hora, el lema del elegido será “trabajar por trabajar”, sin apetecer el fruto de la obra, porque el apetito, aún santo y bueno, supone apego al objeto amado, y ata a la Ley de Consecuencias.

Aquél que se ha puesto a las órdenes de la Gran Obra no trabaja para sí; sólo trabaja para la Obra, con el pensamiento siempre puesto en Ella, únicamente.

Por eso, no cabe elegir el trabajo, ni una labor en lugar de otra, sino abandonarse siempre en brazos de la Única Voluntad de Aquella que dirige el conjunto del trabajo.

En un principio le resulta dificultoso al discípulo asistir y obrar sin que en el trabajo participe la emotividad; le es duro hacer todo con un acto puro de voluntad. A muchos vence la pereza y el vacío, mortales enemigos que pueden echar todo a perder.

Es difícil, verdaderamente, mantener el entusiasmo encendido sin que tomen parte los sentidos; pero, si el discípulo no quiere morir aquí, y ser lanzado de la Gran Corriente de igual manera que devuelve el mar a la tierra los despojos de los naufragios, ha de vencer este punto. Y si llegara a comprender que le es imposible por ahora seguir, desvíe prestamente este sentimiento del objeto particular y enfoque, con todas las fuerzas de su ser esa sensibilidad, hacia el único y puro Amor de la Madre Divina del Universo.

La asistencia a la humanidad se efectúa en el plano físico durante la vigilia, y en el plano Astral durante el sueño.

Al principio, en ambos planos los actos de asistencia se ejecutan inconscientemente, bajo la dirección de un Maestro invisible. Pero cuando el discípulo se va desenvolviendo espiritualmente se le da más campo de acción y libertad.

Lo que antes hacían casi sin saber llevado de las manos, lo ejecuta ahora a sabiendas y con cierto arbitrio personal.

Desde luego, el discípulo no debe suponer que en el plano físico la labor a realizar sea para todos igual o de grandiosa apariencia. Nunca podrá participar en grandes trabajos, si antes no aprendió a ejecutar bien y escrupulosamente los pequeños.

Hay que adiestrarse en la tarea durante el día: en el hogar, en la calle, en el trabajo. Ya verá cómo los Maestros, a medida que haga bien lo pequeño, le darán oportunidad más evidente para hacer el bien; ya verá cómo, sin buscar ni querer, caerán a su alcance las almas que sufren a beber, en el cáliz de sus manos, el agua bienhechora del consuelo.

En el campo astral, hay más oportunidades para hacer el bien.

El cuerpo astral, bien educado por una recta concentración antes de dormir, se habituará, poco a poco, a no vagar en pos de los fuegos fatuos que ha ido preparando la fantasía del durmiente durante día.

La unión entre el recuerdo cerebral y el recuerdo astral se hace más vívida; y al recordar el discípulo en estado de vigilia lo ocurrido durante el sueño, se hace más dueño del cuerpo astral, y lo puede dirigir, durante las horas nocturnas, a los lugares en donde es reclamado por los Maestros, pudiendo así auxiliar a los necesitados.

No sólo los “estudiantes” pueden participar de la Gran Corriente, sino todo ser, de cualquier religión y clase que, con recta intención desee desinteresadamente trabajar para la humanidad.

A este respecto, es ilustrativa la labor astral realizada por Catalina Emmerich, quien desconocía en absoluto los más elementales conceptos de las Escuelas Iniciáticas.

Refiéranse el siguiente hecho en la historia de su vida: Una mañana entregó a un amigo un saquito lleno de centeno y huevos, y le indicó una casa en donde vivía una pobre mujer llamada Gertrudis, en compañía de su esposo y dos hijos. 

Gertrudis era tísica. El amigo debía decirle a la mujer que con aquello hiciera unos puches, que serían buenos para su pecho.

Cuando al entrar en la choza extrajo el saquito que traía bajo su capa, la pobre madre, tendida en su jergón entre sus hijos medio desnudos, estaba con una calentura abrumadora; tendió hacia él sus brazos y dijo con voz temblorosa: 

“¡Oh!, señor. Dios os envió a la hermana Emmerich. Me trae harina de centeno y huevos”. Lloró, tosió, e hizo señas a su esposo para que hablara por ella. 

Éste dijo que Gertrudis había tenido un sueño muy agitado la noche precedente; que, mientras dormía habló, y que, al despertar relató lo soñado así: 

“Me pareció estar contigo a la puerta de la casa; la piadosa monja salió de una casa vecina, diciéndote que la miraras; se detuvo ante nosotros y me ha dicho: ¡Ah, Gertrudis! por el semblante pareces estar muy enferma; te mandaré harina de centeno y huevos, que son buenos para el pecho”. Entonces despertó.


Enseñanza 8: La Renunciación

Si el ser renunciara, no a las cosas que él cree perjudiciales para su bienestar, sino por amor a la libertad, alcanzaría en vida una felicidad inenarrable, una serenidad a toda prueba, un estado de éxtasis natural indescriptible.

Romper lazos, salir de jaulas para librarse de algo, es atarse con lazos más sutiles, es encerrarse en jaulas más grandes; pero renunciar para libertarse es vivir.

Aquél que deja las cosas que le pertenecen por el gusto de dejarlas se hace dueño de ellas. 

Aquél que arroja lejos de sí el pedazo de tierra que concede para él la sociedad, por amor a la liberación, se hace dueño de la Tierra. 

Aquél que echa abajo su casa porque está cansado de ver el cielo desde su ventana, ve todo el horizonte. 

Pero la renunciación verdadera empieza cuando el ser se desembaraza de su personalidad corriente.

Hay siete grados de Renunciación en los textos de Desenvolvimiento Espiritual.

El primer grado es éste: Quebrar la personalidad corriente.

La personalidad corriente es aquel conjunto de ideas que encierra a un hombre dentro de un círculo de determinadas leyes, creencias, hábitos, costumbres y tendencias particulares. 

Quebrar este círculo, desechar esta capa mental de creer que no se puede ser feliz sin todos esos conceptos “preestablecidos”, es efectuar el primer paso hacia la liberación.

Aquél que se esclaviza por lo que cree su felicidad y bienestar sufre continuamente por el temor de perder sus cadenas, las finas trenzas de seda que lo atan a sí mismo, que lo achican, que reducen su visión interior de conciencia a un punto mínimo.

Como este ser esclavo vive en tan reducido espacio espiritual, no tiene otra fuerza para dominar que la creencia de considerarse seguro.

Decía la rana del charco a la rana del río que había ido a visitarla, que no podía haber extensión de agua más amplia que la que ella disfrutaba.

El alma quiere perder su personalidad, para adquirir su individualidad. Aquí ya hay aquella individualidad, fruto de la raza futura, que le pondrá en contacto, mediante sus propias fuerzas, con el alma del mundo. La oruga está para volverse mariposa. La imagen de Satán desaparece con las luces del alba del nuevo día, para dejar paso a Dios.

Dentro de la celda de la personalidad, el ser, como ya no es feliz, se miente continuamente a sí mismo, se engaña constantemente diciéndose que es feliz; por eso, el segundo grado de Renunciación consiste en el valor de la confesión sincera de la propia inferioridad.

Renunciar es conocerse. Renunciar es hacer luz en el alma y ver en los más secretos rincones de la conciencia aquellas sombras tan temidas y tan cuidadosamente ocultas.
La acción de ir acumulando en el interior deseos, aspiraciones, tendencias y vicios ignorados por todos, es una avaricia moral del hombre.

Verdaderamente se necesita un valor extraordinario, no sólo para confesar los defectos internos, como Rousseau, sino también se lo necesita para que el alma se confiese a sí misma sus defectos.

Es como una segunda naturaleza; es como un segundo ser que vive en la conciencia; es la sombra demoníaca que está a la izquierda del hombre, aquélla que cuida constantemente para que él disimule a sí mismo, se excuse continuamente de sus miserias interiores, de sus pecados ocultos.

Pero el alma que anhela la liberación, ella sola, con la Renunciación a su naturaleza inferior, a su personalidad pasada, destruye este enemigo, y no se avergüenza ya de verse tal cual es, con su bien y su mal, con sus grandezas y sus miserias, con el conjunto de su fuero interno que es bien y mal.

Únicamente el ser que no se conoce a sí mismo puede ser avaro, envidioso y mezquino, y puede vivir pensando que él es el centro y todos los que lo rodean son sus satélites. Por eso, en el tercer paso de la Renunciación, se quiebra el concepto de separatividad.

Tú y yo, éste y el otro, hoy y mañana, todo desaparece bajo los ojos felices de aquél que a todo ha renunciado. Ya no es el centro mezquino alrededor del cual todo tiene que girar, sino, ahora es el centro en sí.

No puede vanagloriarse de lo que es, porque él fue o será pecador; no puede desear lo que no tiene, porque tener o no tener únicamente existe para aquél que vive en relatividad de la vida exterior.

Él es todo. En él, el bien y mal han formado una única base, el pilar sagrado sobre el que se enciende la llama Una del Espíritu.

Para un alma así, que ha renunciado a tanto, que se ha libertado de tanto, las acciones de la vida y el modo de expresarlas, cambian completamente de forma.

En el cuarto grado de Renunciación, recién se comprenden las palabras aquellas de “trabajar por trabajar”.

Se trabaja como la abeja, sin saber para quién ni porqué. Se sabe que el trabajo es un medio para libertar el alma cada vez más, y nada se pide en recompensa sino que se deje hacer.

Se da sin ser visto. Verdaderamente, no sabe la mano izquierda lo que hace la derecha, pues se ha vencido la lujuria de la satisfacción personal.

La caridad practicada por vanagloria es morbosa lujuria de la mente; pero la caridad hecha por hacerla es liberación, no sólo de los sentidos, sino también de la mente.

Los grandes seres, aquéllos que han hecho grandes obras humanitarias, siempre han contestado lo mismo, a aquellos que los han adulado por la obra realizada: “Yo no lo hice, Dios lo hizo”.

Ésos son los grandes seres que, cuando se les ordena la acción más vulgar o la obra más banal, la cumplen sin preguntar cómo ni por qué.

Recién entonces es cuando se vive la vida, se conoce la vida y se entra en el quinto grado de la Renunciación.

¡Ay! de los pobres hombres que creen que hay cosas desagradables y cosas agradables, que no hay cosas feas y buscan solamente lo que creen agradable. Nunca serán felices, porque no hay cosas feas ni bellas; todas merecen ser conocidas y tienen efectos de plenitud cuando descubren, al ojo atento del investigador, la semilla del espíritu que las promueve.

Una noche de lluvia, de viento y de frío, dos humildes frailes, mal vestidos y descalzos, iban camino de Asís. El más flacucho y pequeño, que iba atrás, rompió de pronto el silencio, y dijo al compañero, un mozo joven, alto y fuerte: 

“Fray León, oveja de Dios, escúcheme atentamente (era San Francisco de Asís el que hablaba): ¿Si conocieras el secreto del Universo, de todos los mundos, de todas las cosas, tendrías la perfecta felicidad?”. 

Y así fue enumerando todas las cosas grandes y bellas para los hombres, formulándole siempre la misma pregunta. Como no contestaba el humilde Fray León le dijo: 

“Si llegamos a nuestro Convento, y el hermano portero no nos conociera y nos dejara a la intemperie con frío, con hambre, como a dos vagabundos, yo te digo que en esto está la perfecta felicidad”.

Eso decía el Santo, porque la felicidad está en el conocimiento de todas las cosas, buenas y malas.

El sexto grado de Renunciación, ya está más allá de la liberación de los sentidos y de la mente, y es la liberación espiritual.

El que ha renunciado a todo se asimila de tal modo con la Voluntad Divina que vence al tiempo y al dolor. El hombre que trabaja como aquellas mujeres que tejen grandes colgaderas y ven únicamente el revés de la obra, no pueden darse cuenta de la belleza de ésta hasta que está terminada. 

Pero aquél que ha renunciado y se ha liberado espiritualmente, se ha colocado en punto tal de amplitud que ve la obra a un mismo tiempo, en su esencia y en su potencia.

Es así que llega el Peregrino de la Eternidad a la séptima etapa de la Renunciación y vive allí la hora eterna, porque aprendió que perder es ganar, que dar es recibir, que dejar lo pequeño es vivir lo grande.

Desdeñar las horas y el tiempo es pararse finalmente sobre el umbral de la Eternidad.


Enseñanza 9: Valor y Control Personal

A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito sobre el Valor, el miedo no ha dejado por eso de reinar en el mundo.

Desde el temor ancestral que resume en sí todos los espasmos y luchas para la defensa personal, hasta el temor sutilmente disfrazado con el nombre de defensa personal, el miedo no ha dejado de tener en un puño el corazón de los hombres.

Entonces, o la humanidad desconoce el Valor, o tiene un concepto falso del mismo, pues no es atropello, ni bravosidad, sino es un sentido bien equilibrado del Control Personal.

Hay en el ser humano, una defensa que impide a las fuerzas negativas y destructoras penetrar en él: 

Es la Rueda Control, que vigila continuamente la entrada al ser de toda vibración.

Pero cuando el temor se impone, esta puerta sellada se abre, permitiendo la entrada a las fuerzas negativas, a la muerte y a la destrucción. 

El valor consiste, entonces, en bien manejar este Control Personal y no el “valor” en el sentido que los hombres dan a esta palabra, que no es más que el par de opuestos del temor.

El Valor del Control está siempre a la altura de su importante misión y no puede dar los aspectos externos del valor humano.

Hombres que se consideran valerosos y que se han distinguido por hechos verdaderamente heroicos, tiemblan en un momento dado, por una sombra nocturna; y mujeres que se espantaban al ruido de una puerta, tuvieron en el momento de necesidad, arrojos grandiosos, como aquél de la madre que se lanza a las llamas para salvar a su hijo.

El valor del Control, para ser realizado en toda su plenitud, tiene que ser experimentado en cuatro pasos distintos:

Primer paso: La Sencillez

“Si no os hiciereis niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”, dijo el Maestro.

Es indispensable que la sencillez reine en el corazón para que éste se descargue de todos los impedimentos que dificultan su correcto funcionamiento; y el niño es el mejor ejemplo, porque su inconsciencia, su espontaneidad, generan suficiente fuerza para su defensa.

La sencillez es valor; el alma sencilla es, verdaderamente, la que no teme. 

El alma verdaderamente grande no puede abandonarse de continuo a cavilar sobre lo que vendrá, sobre lo que será, porque está segura de sí misma.

El despreocuparse continuamente, el no pensar en los males venideros, el abandonarse con cierta irreflexión al primer impulso, no sucede sino en el alma esforzada; pero el hombre moderno vive en permanente preocupación; ha enredado su mente de tal modo que vive en continua defensa, en una continua cavilación sobre el mal que le pueden hacer, o que le puede sobrevenir.

Desechar todo esto y vivir el día de hoy, la hora presente, es adquirir, es estar seguro de que el hombre tiene en sí el poder necesario para reaccionar en el momento en que se presente el peligro, y no antes del peligro.

El sirviente de un Místico fue, todo despavorido, a anunciar a su amo que no tenía arroz; y el Místico le contestó: 
“Cuánto me alegro, así podremos demostrarle a Dios que vivimos abandonados en sus brazos”.

Y, ¿no hay un rasgo sublime en aquel acto del General San Martín cuando al anuncio de que el enemigo estaba cerca y sus tropas en peligro, en lugar de disponerse inmediatamente a la defensa, se retiró a dormir?

Los flojos, los que no tienen caudal ni reserva de energías, sí tienen que temer continuamente. Pero aquél que sabe que es una fuente inagotable de energías superiores no tiene por qué temer.

Segundo paso: La Prudencia

Más el Maestro también dijo: “Sed sencillos como palomas pero prudentes como serpientes”.

La Prudencia como el Valor y Control Personal no es aquella indecisión constante, tan habitual en los hombres y que les hace perder las mejores oportunidades por demorarse. 

La Prudencia es aquella que sabe hasta dónde puede llegar el Control del hombre, y hasta dónde se puede impedir que vaya demasiado lejos y se trasmute en temor.

La Prudencia es una observación continua de las fuerzas personales del hombre y de lo que él puede dar.

Cuando el alma se siente henchida de una santa fuerza que le impulsa a ir en defensa de los oprimidos, a hacer justicia, a ir al martirio si fuera necesario para bien de la humanidad, tiene que detener esas fuerzas y no gastarlas, y considerar lo que haría si su sueño fuera realidad.

Cuántos dicen que darían la vida por su ideal, y al primer golpe que reciben, no sólo no ofrecen lo que habían prometido, sino que lo abandonan y reniegan de él.

Pedro le dice a Cristo: “Yo te amo más que nadie, daría mi vida por Ti”; y, sin embargo, ante el peligro lo reniega, y tres veces.

 Después de la Resurrección, cuando ya ha a aprendido la lección de que el valor de los sueños no es Valor de la realidad, Cristo le pregunta: “¿Pedro, me amas?”. Y contesta: “Tú sabes si te amo”.

Es fácil ser valiente cuando se está cómodamente sentado en un mullido sillón y se deja que la fantasía corra a la par del humo del cigarrillo. Hay que estar ante la realidad para saber lo que se puede dar y la Prudencia es, en esto, la única maestra.

Llévame contigo Maestro, le decía un impaciente discípulo a su guía espiritual; quiero volar por esos mundos maravillosos que describes, quiero ver las etéreas figuras que pueblan el mundo astral; llévame contigo. 

Pero el Maestro le amonestaba diciendo que vendría el tiempo, que antes tendría que hacerse fuerte, equilibrarse bien, tener un control a toda prueba antes de enfrentarse con el oculto mundo.

Pero como el neófito tanto insistiera, lo llevó consigo al cruce de dos caminos, trazó el círculo mágico, pronunció las solemnes palabras y le dijo al joven: 

“Ponte allí en el medio y no temas, pues bajará el coche necesario para transportarte a las regiones superiores”. Así lo hizo el discípulo. 

Pero cuando estuvo en el círculo y oyó el ruido de un vehículo que se acercaba y vio que venía a toda velocidad sobre él, perdió su Control y, al perderlo, coche y caballos se le hicieron inmensamente grandes; ya estaban encima, para aplastarlo, y cayó como muerto. 

Su valor no era más que curiosidad, porque si hubiera sido Valor prudente de un discípulo discreto, hubiera tenido fuerzas para controlarse en el momento de pavor, que es el paso de un estado a otro estado.

Le preguntaron al rey Salomón: “¿Qué es la sabiduría?” Y él contestó: “La sabiduría alberga en su casa a la prudencia”.

Tercer paso: La Templanza

Para poder vivir sencillamente, en paz y sin el tormento de no poder defenderse, para hacer valer la prudencia y darle mérito para que distinga las fuerzas reales de las ilusorias en la conquista del Valor y del Control personal, es indispensable la Templanza.

La templanza es el tanque en el cual se acumulan las energías del Valor. Controlar y medir todos los actos, privarse de las cosas más agradables, medir con discreción las cosas indispensables, vigilar los pensamientos y las palabras, es ahorrar preciosas fuerzas. 

Nunca hay que fiarse demasiado de aquél que dice: Yo soy fuerte. Yo sé defenderme. El alarde desmedido nunca podrá ahorrar muchas energías.

Aquel cardenal Peretti, viejecito, achacoso, que caminaba penosamente apoyado en su bastón, no tenía la apariencia de un hombre valiente; por eso los cardenales, reunidos en cónclave, lo eligieron Papa (Sixto V), pensando que podían manejarlo a su antojo; pero él, cuando supo de su elección, enderezó su cuerpo, arrojó lejos de sí su bastón y dijo: 

“Muchos años he ocultado mis sentimientos; ahora mando yo”. Y gobernó a la Iglesia con mano de hierro.

La templanza, el sacrificio constante de acumular fuerzas, hace que el Centro Control se endurezca como diamante y pueda tolerar todas las vibraciones, aún las más violentas y mortíferas.

Se han visto hombres que vivieron encerrados en claustros con su voluntad completamente supeditada a la orden de sus superiores que, cuando empezaron a actuar, demostraron tener un Valor a toda prueba, que no condecía con su educación.

Es que la templanza, ejercitada durante muchos años, la renunciación de la voluntad y el dominio de las pasiones les dieron el verdadero Valor, que estriba en el Control Personal de si mismo.

Cuando un temor constante invade al alma, no hay que vencerlo haciendo alarde exterior de no sentirlo, como aquellos que se ponen anteojos azules para ver el mundo con agradable color, sino hay que ahorrar energías diarias para vencerlo.

Recién cuando se hallan acumuladas fuerzas suficientes, podrá hacerles frente.

Vienen aquí al caso los siguientes párrafos del capítulo titulado “El Abismo” de la “Simbología Esotérica”: 

“No te vuelvas para mirar. 

No te balancees sobre el borde del precipicio; caerías seguramente en él, envuelto en el pavoroso remolino que agita rítmicamente el afanoso respirar de tu Enemiga”.

Cuarto paso: La Fortaleza

Llegados al último paso, el más difícil de todos, se plantea la gran cuestión: 

El Valor y el Control Personal, ¿se adquieren con la resistencia activa, o con la resistencia pasiva? 

El ser ¿ha de hacer frente al enemigo con todas sus fuerzas, o ha de abandonarse, como manso cordero, en manos del adversario? 

La verdadera fortaleza, la que da el supremo Valor, es la que resiste hasta un punto determinado; es indispensable resistir para vencer.

Jacob lucha con un Ángel desconocido, y lo vence; por resistencia se mantiene el Universo, se defiende la vida, se conservan las especies a través del tiempo. 

Pero esta resistencia del Valor fuerte ha de cesar exactamente cuando el ser está por recoger el fruto de ella.

Es necesario poner un ejemplo vulgar: Un hombre asaltado se defiende, desarma a su enemigo, lo imposibilita para luchar, pero no lo entrega en manos de la policía.
Es proverbial que los verdaderos valientes, que supieron dar una buena lección a sus enemigos y perseguidores, fueron sin embargo, muy nobles y generosos con los mismos en los casos extremos.

Cuando el ser ha comprendido que tiene en sus manos la victoria, que tiene bastante valor para afrontar una situación, entonces se abandona en brazos de aquella despreocupada fortaleza que desprecia el fruto del valor, porque ha conquistado la esencia de la misma.

En resumen, el Valor y su Control Personal son: La Sencillez del niño que no conoce el temor, la Prudencia del anciano que ya no teme ni le importa el peligro, la Templanza del virtuoso que desprecia los excesos de la vida y la Fortaleza del vencedor, que se ha colocado por encima de su propia victoria.


Enseñanza 10: El Ejercicio de la Memoria

La memoria es el recuerdo vago o claro de las cosas pasadas, es la fijación mental de las cosas presentes y es la imaginación evidente del futuro.

Estos tres tiempos de la memoria son indispensables para que ella pueda, con propiedad, ser llamada así.

Los hombres tienen por lo general muy poco concepto de lo que es la memoria, pues para ellos es aquella facultad mental que les hace recordar el pasado, y nada más. 

Pero la verdadera posesión de esta virtud implica el dominio de los tres tiempos.

Cree el ser humano conocer su pasado, pero no recuerda más que vagas sombras, cada vez más debilitadas en el transcurso de los años y el sobrevenir de nuevos acontecimientos. 

Si se poseyera una buena memoria el horizonte humano ampliaría notablemente su área de posibilidades.

De pequeños, cuando el cerebro humano está aún impregnado de las energías cósmicas que ha traído del más allá consigo, se tiene una buena memoria que fija claramente los hechos y prevé, por esa claridad, lo conveniente para la vida.

Al promediar la vida del hombre, ya se ha debilitado la memoria y la prematura vejez acentúa el olvido. Esto es porque los hombres no poseen memoria.

Para ellos es un don gratuito de la mente, mientras que la memoria no es sino un campo para explotar, que se pierde al no ser labrado.

Los estudiantes esotéricos han de tener una memoria tal que recuerden perfectamente el pasado, teniendo siempre presentes los acontecimientos cumbres de su vida, y tienen que tener una fijación tal de los hechos de su vida y de las obras actuales que puedan, por lógica memorística, evidenciar claramente el porvenir.

Primer tiempo: El pasado

¿Cómo ha de hacer el estudiante para vencer las densas sombras, los espesos velos que le ocultan su pasado? Aún no ha pasado un día y ya se han olvidado los hechos acaecidos en el transcurso de ese tiempo.

Es que los acontecimientos se imprimen todos en el subconsciente y son exhumados por el Centro Solar, en lugar de serlo por el Centro Visual.

En una palabra, el hombre rehúsa pensar; deja que su mente subalterna piense por él. 

Cuando el niño observa y recuerda, es tal la fuerza que le impulsa y que se llama curiosidad, que implanta todas sus energías al Centro Hipofisiario.

Se podría sintetizar, entonces, que la falta de memoria es debida a la falta de interés por la vida.

El ser se conforma con saber y recordar lo necesario, lo que es indispensable para sus tareas diarias, para sus ocupaciones imprescindibles, descuidando todo lo demás. 

Por eso tiene tan vital importancia el examen retrospectivo, que reordena los hechos acontecidos durante el día, para cargarlos con la debida energía mental, indispensable para que se fijen clara y no vagamente, en el subconsciente.

Pero para adquirir una buena memoria no basta el examen retrospectivo. Un buen comerciante no se conforma con el recuento diario de sus entradas y salidas, sino que necesita un balance anual, y aún semestral.

Con este método triunfó Ignacio de Loyola; con sus ejercicios espirituales salvó a la Iglesia Católica de un derrumbe. Porque, ¿qué son los ejercicios espirituales sino una pausa en el curso de la vida para hacer el recuento de los hechos pasados y fijar de tal modo los puntos culminantes que sean centros vivos de energías que impulsarán para el porvenir?

No se conformó Ignacio de Loyola con el ejercicio del recuerdo mental; sino quiso que los hechos pasados fueran escritos minuciosamente en un papel, para ser mejor considerados.

Esta es una de las finalidades de los retiros espirituales, tan aconsejados por los maestros de la vida espiritual. 

Todos los estudiantes tendrían que alejarse, aunque fuera una vez al año, del bullicio del mundo, lejos de los negocios, lejos de los parientes, lejos de toda preocupación, para vivir unos días de completa absorción espiritual, para poder hacer el examen retrospectivo de todo el año y habituar la memoria a fijar bien los acontecimientos sobresalientes acaecidos durante el mismo.

¿No dijo Dios al Salmista: “Ven a la soledad y yo te hablaré?”.

No puede lograrse el desenvolvimiento espiritual, que tanto anhelan los estudiantes, sin esforzarse.

Ramakrishna decía a sus discípulos externos y que vivían en el mundo: “Dejad alguna vez vuestra casa y vuestros trabajos y venid conmigo a la soledad”.

La Naturaleza ayuda el despertar de esta facultad de la memoria, como sucede en el aire rarificado de las alturas. Por algo los antiguos Caballeros construían sus castillos a más de mil metros sobre el nivel del mar; y dicen los Lamas del Tíbet que el aire de los Himalayas despierta la memoria.

De allí es aconsejable hacer estos retiros, cuando sea posible, en parajes elevados.

La adquisición de los recuerdos pasados es tan importante, que a veces descubre una misión nueva, o soluciona como un relámpago, los más duros dilemas.

Freud, con su estudio del psicoanálisis, quiso curar las enfermedades haciendo que la memoria busque en el subconsciente la causa originaria de las mismas.

Segundo tiempo: El Presente

La fijación de la idea como fomento para la claridad de la memoria se logra con el ejercicio de la observación y de la atención.

Siempre hay que tomar ejemplo de los niños; a veces encanta y a veces fastidia esa insistencia de ellos en preguntarlo todo, en querer saberlo todo. La curiosidad infantil se transforma, en el memorista, en aguda observación.

Sólo se observan aquellas cosas que interesan y se descuida todo lo demás; pero el verdadero observador tiene que tener una visión amplia y exacta de lo que ve.

Los maestros dan ciertos ejercicios a propósito. Hacen que el estudiante pase corriendo de una habitación a otra, volver enseguida y escribir en un papel lo que han visto. Al primer recuento se observa que se ha olvidado la tercera parte de los objetos de la habitación. Hay que repetir este ejercicio varias veces por día hasta que de un simple golpe de vista se posea todo el panorama.

También, se puede tomar un objeto, observarlo atentamente y anotar luego todas las cualidades inherentes al mismo; se verá, al principio, que muy pocas cualidades se atribuyen al mismo, pero como pasen los días se le irán agregando tantas, que sorprenderá.

Estos ejercicios de observación despiertan de tal modo la atención, que el estudiante, sin perder mucho tiempo, adquiere gran conocimiento y exactitud de las cosas, y ve sin gastar mucho tiempo, que enriquece su almacén memorista.

Un Enseñante religioso mandó a un distraído estudiante pararse delante de una cortina blanca, diciéndole: Mire lo que hay en la cortina, y después venga a referírmelo; el joven miró y nada vio fuera del blanco cortinado, pero después de haber vuelto y dicho al Maestro que nada había visto, éste le condujo hasta la cortina y le hizo notar cómo la polilla la había calado, formando en ella variados dibujos. 

¿Cómo lo descubrió usted?, preguntó el estudiante; observando sencillamente y con atención lo que tenía delante mis ojos, repuso el Maestro.

Tercer tiempo: El Futuro

Esta memoria, clara, fija y constructiva es, evidentemente, espejo del futuro. Para un olvidadizo, para uno que vive en el semisueño de la vida material, es muy difícil construir su futuro cuando tan fácilmente ha olvidado su pasado, pero aquél que recuerda, conoce muy bien el resultado de la Obra.

Un rey hindú fue a visitar a un solitario Yogui que vivía en la selva con la sola compañía de su gacela; y antes de que el rey hablara le dijo: 

“Tu vienes a decirme que tu pueblo se ha amotinado en contra ti porque hace tres años que hay hambre y sequía en tu tierra”. ¿Cómo lo sabes?, preguntó el rey. 

Lo sé, contestó el sabio únicamente por lo que tú me dijiste cuando me visitaste hace tres años; habías tenido tres años buenos y dijiste que ibas a hacer grandes fiestas y abrir los graneros a todo el pueblo; al acordarme de ese derroche y al ver las estaciones sin agua que desde entonces se sucedieron, he deducido lo ocurrido recientemente.

Es aquí muy importante fo
rmular una observación:

Siempre se dice en las Enseñanzas que hay que olvidar el pasado, borrar el pasado; pero en esto de borrar el pasado por un lado y recordar el pasado, como reza en esta lección, hay un delicado matiz espiritual.

Cuando se aconseja olvidar el pasado, la Enseñanza quiere expresar que el hombre ha de desatarse de los lazos, olvidar las emociones, para no repetirlas; borrar las imágenes para no vivir atados a ellas.

Mientras que cuando se enseña que hay que recordar el pasado, se quiere significar que ha de recordársele como una cosa que no es de uno, que no pertenece a uno, algo que es propiedad exclusiva del conocimiento y que se observa y conoce para gozar únicamente el fruto del saber.

Aquél que bien recuerda bien sabe. Lo que no sabe lo aprende fácilmente y lo que aprende fácilmente lo utiliza para la construcción del futuro.


Enseñanza 11: El Amor Real

Si bien la palabra amor está en todos los labios, se pronuncia en todos los idiomas y se expresa en todas las formas, muy pocos sabrían dar una definición exacta del Amor.

Es que el amor, para muchos no tiene definición, porque es la Esencia Divina de la vida.

Por todas partes, en todo momento, subyace este divino elemento como lo levadura de la masa, como la sal en el alimento. Brota por doquier, inadvertidamente, con un súbito resplandor, que parece relámpago en noche de tormenta.

Por el amor se mueven los astros y las cadenas planetarias, y por el mismo asoma la flor del campo su corola en las mañanas de primavera. Nadie puede escapar al hechizo de esta secreta virtud que es, en una forma u otra, la aspiración de todas las formas creadas.

¿Pero, quién puede hablar del amor? ¿Qué palabras son dignas de expresar tan excelsa cualidad? Cualquier frase resulta mortecina ante la magnitud de este fermento de vida. Sólo se sabe que hay amores, y amores.

A pesar de tantas distintas formas y de tantos y distintos matices, imposibles de enumerar, todos los sabios y clarividentes, unánimemente, han proclamado que son doce los distintos rayos del amor.

La Rueda del Corazón tiene doce rayos resplandecientes, seguramente para indicar estas doce tonalidades.

En un antiguo texto rosacruciano, no conocido por ningún hombre fuera de los siete que constituyen la Sagrada Fraternidad, hace corresponder estas doce tonalidades del amor a las figuras representadas en el cuadro “La Última Cena” de Leonardo da Vinci. 

Dice el texto que la Comunión representa el Amor Divino, el punto central, que se entrega a los hombres; y que en la faz, en el modo de vestir y en la expresión de cada uno de los doce discípulos están divididas las doce fases del amor, desde el pasional y criminal de Judas Iscariote, hasta el suavísimo de Juan Evangelista, que descansa su cabeza sobre el pecho de Jesús. 

Dice además el texto que da Vinci, expresamente, no terminó la cara de el Salvador, porque como expresaba el Supremo Amor, no podía tener rasgos definidos.


Enseñanza 12: Los Doce Rayos del Amor

El primer rayo del amor es animal, instinto que empuja a la conservación de las especies; en ritmo loco a través de los tiempos, luchando, matando y aún sucumbiendo por ese afanoso deseo de conservación, salen triunfantes los diversos tipos de animales y de razas humanas. Es como un remolino que, empezando por un corto vértice, se transforma en una tromba inmensa que absorbe y absorbe, irremisiblemente.

Todo perece hasta el último hálito, pero la carne lucha a brazo partido por su conservación. 

Así, con este magnífico e inconsciente deseo de ser, se mantienen los millares y millares de astros que pueblan el espacio, yendo todos, irremisiblemente, tras el escondido imán que los mantiene en movimiento: el amor.

Pero en el segundo rayo del amor este deseo de ser adquiere, mediante la defensa, la autoconciencia de lo que es; y esta defensa amorosa se extiende al límite de los que abarca la necesidad del defensor: a sí mismo, a la prole, al alimento y a las demás cosas indispensables para la vida.

Por la defensa se formaron las familias, los clanes, las naciones, los códigos, y aún las sociedades de protección y ayuda mutua. Este subconsciente amor defensivo echó tan poderosas raíces en los seres humanos que ahora, que ya no les es casi necesario, no pueden desprenderse de él y es causa de ruina, de destrucción y muerte.

Al sentirse el hombre relativamente seguro en el ambiente de defensa que ha creado, empezó a dedicar su amor animal al tercer rayo del amor, a su cuerpo.

Es un algo indefinido, misterioso y sutil este amor al cuerpo de uno mismo. 

Desde que el niño ve su cuerpo reflejado en el agua de la fuente o en el espejo de su casa, nace este estremecimiento raro, a veces subconscientemente vergonzoso, de autoatracción. Es como si encontrara a alguien que no es él mismo y que, sin embargo, ha buscado toda su vida; es como una morbosa satisfacción, un definido descenso a la materia.

Ese amor, se vuelve con el tiempo, cada vez más fuerte y egoísta, especialmente en aquellos que no encuentran otra satisfacción en su vida, constituyendo una obsesión, y el temor continuo de que el cuerpo no este bien cuidado, regalado, mimado; todo es poco para el cuerpo de uno, todo es insuficiente, porque este ciego amor lo impulsa y esclaviza, lo ata cada vez más a su carne.

¿Y qué se puede esperar de tanto amor al cuerpo sino la entrada al cuarto rayo del amor, que proporciona al cuerpo todos los animales placeres de la vida, esos animales placeres que no admiten la felicidad o la cooperación de otros, sino únicamente la satisfacción del propio deleite?

Aún entre hombres ya civilizados se presentan estos curiosos aspectos del amor, hombres que no pueden pensar en vivificar el placer ajeno, sino que únicamente piensan en saciar sus propios apetitos.

Todos los aspectos del amor animal tienen gran importancia para conservar las especies vegetales y animales, tan indispensables para la vida del hombre; pero para el ser humano, que tiene libre albedrío y pensamiento, estos tipos de amor, en lugar de levantarle hacia lo Divino, lo arrastran fuertemente hacia la vida animal e inferior.

El quinto rayo del amor ya es humano; impulsa al ser a sentir por otros lo que siente por sí. 

Admite que su placer pueda ser placer de otros, que su felicidad pueda ser felicidad de otros seres, y comprueba que no es él sólo el que siente, sufre o ama sino que hay otros seres que experimentan esas mismas sensaciones.

Cuando el ser goza, subconscientemente goza más, porque sabe que su placer es herencia de toda su especie y llega, por ese medio, a respetar a sus semejantes, a comprender sus necesidades, a ampararlos y a protegerlos.

En el sexto rayo del amor, el amor humano se hace atractivo.

Lo describió Dante con palabras imposibles de superar: “Amor che nullo amate, amar perdona”, que quiere decir el amor exige amor.

El amante quiere el placer para sí y para el ser amado. Si bien el círculo de su afecto es reducido, a veces tan reducido que abarca una sola persona, sin embargo es todo para él; por ese amor lucha, trabaja, sufre y hasta sabe morir. No puede tolerar que nadie le quite su afecto y a veces, cuando desaparece este afecto, se entrega a la desesperación, odia y mata.

En el séptimo rayo del amor, el amor humano se extiende desde una persona hasta varias, hasta toda una colectividad.

Es el amor humano que busca más dilatados horizontes, que quiere transformarse en un Amor Real; en una palabra, no quiere morir, porque empieza a comprender ese antiguo dicho: el amor que murió no era amor.

Ama a sus hijos, fruto de su placer; sabe que los afectos perecederos de la forma atractiva, que tiene que terminar tarde o temprano, sobrevivirán en su prole, se irán extendiendo cada vez más por la generación, por aquel indestructible hilo de la herencia de los tipos de sangre.

El octavo rayo hace compasivo al amor humano; el ser sufre por los padecimientos ajenos y desea que su bienestar sea el bienestar de todo su pueblo.

Si bien adquiere el bienestar para sí, sobre todas las cosas admite el bienestar para los otros. Protege a los que le inspiran simpatía, ayuda a los de su raza, favorece a los que le alaban; y si bien no perdona a los que están en su contra, hace todo el bien que puede, siempre que redunde en su propia satisfacción y en aras de su amor propio.

Pero el amor humano, relativo como todas las cosas que tienen forma, no es el Amor Real. Únicamente el Amor Divino es el Amor Real.

El noveno rayo del amor es divino, porque aquel que ama, ama por amar, da por dar sin esperar recompensa.

¿Cómo se pueden hacer distinciones entre un hombre y otro si todos han salido de la misma esencia divina y todos tendrán que volver a ella? ¿Qué importa no ser correspondido, no recibir la llama del ser amado, si toda la Llama está en la mano del verdadero Amante?

Dicen los verdaderos devotos que están locos de amor para con Dios, y para con toda la Humanidad.

Se pasa aquí al décimo rayo del amor.

Si el Amor Divino es tan extenso y sublime que abarca todo sin pedir nada, cuán maravilloso será ese Amor cuando es enfocado sobre algunas de las criaturas que lo rodean.

Únicamente un ser así puede conocer la verdadera amistad. Es lástima que esta hermosa palabra haya sido desvirtuada por los que la usan, pues la verdadera amistad es el amor, que únicamente goza en ver feliz al ser amado, aún a costa de su propio sacrificio.
Hubo un estudiante que, cuando ingresó a la Vida Espiritual, fue distinguido por su Maestro de modo particular. 

Muchas veces le llamaba a su lado para hablarle de cosas espirituales y del Amor Divino; muchas veces se hacía acompañar por él en sus paseos y le parecía al discípulo que su alma estaba cobijada bajo la del Maestro.

Pero un día éste no lo volvió a llamar y cuando lo encontraba lo saludaba sin particularidad. 

Desesperado, el estudiante fue un día a echarse a sus pies para saber en que culpa había incurrido para haber sido alejado de tal modo; el Maestro le contestó: 

“Mi amor por ti es tan grande hoy como ayer; mejor dicho, es de aquellos que cada día se hacen más fuertes; pero ese amor sería imperfecto si buscáramos nuestra satisfacción personal; antes eras pequeño, necesitabas de mi palabra y de mi presencia; hoy, que has criado alas, tienes que valerte por ti mismo; el contacto sería más perjudicial que útil; vete y aprende que el verdadero amor no es el de los hombres, que dice “lejos de los ojos, lejos del corazón” sino es aquél invariable, siempre, de lejos y de cerca, en la vida y en la muerte”.

En el undécimo rayo, el Amor Divino se vuelve extático. No hay medida entre un amor y otro, entre una forma y otra.

Cualquier expresión de amor, aún la más insignificante, enciende tal llama en el pecho, que funde el alma en el Amor Divino por el Éxtasis.

La belleza del cielo y de un ave voladora hizo caer en éxtasis al pequeño Ramakrishna.

Un niño que pasaba por la calle le recordó a San Juan de la Cruz la belleza del niño Jesús y cayó en éxtasis de amor tan grande, que su rostro se encendió como si estuviera en llamas.

El duodécimo rayo del Amor Divino restituye el alma extática, por el camino del corazón o por el camino de la mente, a aquella Fuente Primera y Universal desde donde brotó la primera expresión de la vida, impulsada por el Eterno Amor.

Allí es donde el Amor Real se funde de tal modo con la Divinidad, que es difícil señalar el límite entre lo manifestado y lo inmanifestado.

Pero aún aquí, en estas sublimes alturas, se pueden recordar las palabras del filósofo indo que dicen: “El amor es el principio y el fin del Camino”.


Enseñanza 13: La Perseverancia

Todas las virtudes hasta ahora enumeradas son indispensables; pero, para que tengan una vida eficiente, han de estar basadas sobre los fuertes pilares de la Perseverancia.

Cuenta una leyenda que Dios mandó un Ángel a la Tierra para que bautizara con un nombre a cada una de las especies de flores. 

No se olvidó de ninguna; a las más bellas adornó con nombres pomposos y a las más humildes con nombres suaves. De ninguna se olvidó, según creía él, ya que hasta dio nombre a la violeta, que permanecía escondida bajo su espeso follaje; pero había una flor tierna, pequeña, casi invisible, que había sido olvidada y que esperaba pacientemente le llegara el turno. 

Cuando el Ángel de Dios estaba por elevarse a los cielos y todas las demás creían que la florcita quedaría sin nombre, ésta, que había perseverado en su espera, levantó la voz: 

No te olvides de mí, dijo. Oyó el Ángel la voz de la perseverante flor y volviéndose le dijo: Tú misma has elegido tu nombre, te llamarás “No me olvides”.

Igualmente, la Perseverancia se distingue entre todas las virtudes por su propia característica, por su propia expresión, que jamás desmiente lo dicho, que jamás vuelve sobre el camino recorrido, que jamás se arrepiente y que siempre, fervorosamente, espera.

Las virtudes humanas son como la estatua bíblica: cabeza de oro, pecho de bronce y pies de barro. Pero la real virtud, la que se asienta sobre la Perseverancia, aunque a veces no sea tan aparente, tiene la cabeza de barro y los pies de oro.

Cuando se echan los cimientos de un edificio espiritual, para que éste sea como castillo sobre la roca que, ni el viento mueve, ni el agua daña, ni el tiempo destruye, ha de estar fundado sobre los cinco pilares angulares de la Perseverancia.

Primer ángulo: La Paciencia

Por la paciencia el hombre se hace constante, por la paciencia se abre la puerta de oro que da a los mundos superiores, por la paciencia se vence al enemigo más acérrimo.

Todas las mañanas, acudía una anciana a la puerta del Palacio Real para implorar clemencia para un hijo suyo, encarcelado. El rey pasaba y la miraba desdeñosamente, sin escuchar sus súplicas; los porteros y sirvientes desilusionaban a la anciana diciéndole: es inútil que vengas, nada lograrás. Pero un día el corazón del rey se ablandó, pues estaba en uno de sus buenos momentos; escuchó a la anciana y libertó a su hijo. Venció la paciencia.
Veinte años lloró Mónica pidiendo la conversión de su hijo Agustín al catolicismo, tanto, que dos profundos surcos se habían estampado en sus mejillas; pero ganó al fin. Supo un obispo de la conversión de Agustín y exclamó: No podía ser que no se salvara el hijo de tantas lágrimas y de tanta paciencia.

En la vida espiritual y en el desenvolvimiento psíquico la paciencia es indispensable. 

¡Cuántos empiezan con mucho entusiasmo, y porque no ven enseguida el resultado de sus esfuerzos abandonan el Sendero!

La naturaleza humana, tan endurecida en el hábito, precisa largos años para amoldarse y activar los centros necesarios para la vida psíquica y únicamente con una paciente Perseverancia logra el éxito.

Le preguntaron a un sabio de la India cómo había inmovilizado completamente su brazo derecho; él contestó: con el esfuerzo continuado de veinticinco años.

Segundo ángulo: La Fe

La fe es aquella seguridad en las cosas invisibles, que no se ven pero que cada instante se presienten. Y es ella indispensable para lograr la perseverancia.

No se habla ahora de esa fe instintiva que ata terriblemente a las cosas adoradas o creídas, sino de aquella comprensión que da por ciertas las cosas que no se ven.

¿Quién puede afirmar que la carne que se trae a la mañana es sana e inocua? Nadie puede asegurarlo, sino la fe social y colectiva.

¿Quién puede probar que las cosas que no se ven, que sin embargo, en ellas se cree, sin esta fe racional?

Pero a cada rato los pobres hombres, que creen ciegamente en el panadero que trae el pan, en las aguas corrientes proporcionadas por la Obra de Salubridad, en la moneda de papel que les dispensa la Nación, dudan de la palabra de los Maestros y de aquéllos que ya han recorrido prácticamente el sendero que ellos recorren teóricamente.

Cuando un Sannyasy quiere ser admitido en la compañía de un Gurú, lo primero que se le exige es obediencia absoluta; y esta obediencia absoluta es indispensable para lograr la fe en las cosas reales, pero no vistas.

Si un estudiante de cualquier Universidad, tuviera prácticamente en sus manos, desde el primer momento, toda la ciencia que quiere aprender, no podría abarcar con su inteligencia y de un golpe todo lo que tendría ante sus ojos. Es necesario que estudie y sepa por fe, lo que mañana podrá lograr prácticamente.

El discípulo que no asiente sus bases sobre esta perseverante fe, es como el glotón, que quiere comer en un día los comestibles de un mes, y muere de indigestión.

Tercer ángulo: La Esperanza

La esperanza no es aquella virtud de abandonarse a la miseria, a la desesperación, a las tristezas morales, diciéndose que eso algún día cambiará. La esperanza es, en cambio, aquella virtud del que espera en un momento determinado, en la hora adecuada, la realización en sí mismo del Plan Divino; y es el más fuerte sostén de la Perseverancia.

Esperan perseverantemente aquellos seres que han llegado a la meta sin alterarse, sin apurarse, porque saben que todos llegarán un día.

Los discípulos esperan pacientemente que pasen los años de las pruebas para que advengan los años de liberación. Esperan pacientemente que los años pasen, el tiempo vuele, para que se cumplan las Promesas Divinas de la Unificación de las almas.

Cuarto ángulo: El Discernimiento

Perseverar es tener tiempo para todas las cosas.
El ser que cambia muchos ideales, que toma muchos senderos, gasta su tiempo y sus energías sin lograr detenerse nunca, sin tener tiempo para nada.

Pero aquél que persevera en su fe, aquél que sigue constantemente por la senda que se ha trazado, tiene tiempo para analizar las cosas, discernir las cosas, porque el discernimiento es aquel éxtasis, tributo de la Perseverancia, que hace gustar de las cosas en sus tres aspectos: Físico, mental y espiritual.

Quinto ángulo: La Resignación

Una Perseverancia perfecta y completa es resignadamente varonil.

Toma todas las cosas de acuerdo con la Voluntad Divina, se amolda en toda forma y en todo aspecto; pero es, en resumen, por así decir, la corona de esta virtud.

Cuando el hombre pacientemente vive, sinceramente cree, serenamente espera, claramente discierne y resignadamente toma su destino de las manos de Dios, ha logrado la virtud de la Perseverancia.


Enseñanza 14: Conciencia y Voluntad

El movimiento universal oscila continuamente entre una fuerza que impulsa a la creación y a la actividad, y otra que atrae a la aniquilación y al relajamiento.
Estos dos grandes movimientos cósmicos son: Conciencia y Voluntad.

Podría definirse la Conciencia diciendo que es la amplificación del ser desde el átomo hasta la Macrodivinidad. Y a la Voluntad diciendo que es la fuerza universal concretada al ser.

Primer movimiento: La Conciencia


Esta pasividad cósmica que, como una madre lejos de su hijo, llama desde la Infinidad al fruto de sus entrañas, para que se restituya el Gran Depósito Cósmico, se manifiesta en la vida con la conciencia inerte de los elementos; y ese lentísimo progreso, esa despaciosa evolución de los minerales y los mundos, es como una lucha pasiva de las mónadas para no seguir adelante y regresar al punto de partida.

Es como si la conciencia de lo que es se negara a devenir.

Es como si el círculo amplísimo se esforzara por no ser reducido del Círculo Eterno al círculo personal.

Este concepto de Eternidad, este sentido de inmensidad, no puede ser borrado, aún a través del descenso; y el ser, aún encerrado en la cárcel profunda de su mente consciente, conserva este principio ignoto, este Tabernáculo Secreto, de lo que podría ser en esencia antes que en potencia, y que los hombres llaman, vagamente, conciencia.

Desde luego la conciencia, aquí, no es más que un lejano destello de ese oculto poder pasivo que ha de restituir al alma a su prístina esencia.

Se dice que la conciencia es aquel concepto del bien relacionado con las costumbres, leyes y éticas de los hombres. Pero, en definitiva, si el hombre analizara bien esta cuestión, vería que la conciencia no es el bien relacionado con su vida exterior, sino la esencia del bien relacionado con su grado de evolución.

Cuando la conciencia se abre a los influjos del espíritu, se amplifica entonces hasta lo Infinito, pues ella es aquella virtud que rompe los lazos y como un desbordante mar vence todos los límites, rellena todas las cuencas y vacíos, y restituye el alma libertada allí, en aquel nudo gordiano y vital que es la armonía entre el Espíritu Eterno y el alma que sabe lo que es y quién es.

Segundo movimiento: La Voluntad

Dicen los textos que por un acto puro de Voluntad fueron creados los mundos y los sistemas planetarios; y dicen bien, porque la Voluntad es la Energía Cósmica condensada sobre un punto determinado.

En el descenso fantástico de las almas, desde lo Infinito a lo finito, es una fuerte, única e inquebrantable Voluntad la que atrae a los seres todos, desde los sin círculo hasta el reducidísimo círculo de una vida.

Y esta voluntad hace de cada átomo un ser, de cada molécula un ente distinto a los demás, de cada ente una personalidad, un mundo aparte, una potencia separada y distinta de todas las demás potencias.

En el levantamiento de los seres hacia la conquista de la liberación consciente, siempre es la voluntad la que juega importantísimo papel.

Así como la conciencia amplifica, la Voluntad reduce; pero al reducir da el arma del poder.

Aquel ente que salió del Ser Eterno, inconciente, será restituido a la Eternidad sin perder jamás aquél principio de conciencia y potencia, distinta de todas las demás potencias, que adquirió a través de su peregrinación por los mundos.

Mientras tanto el poder, la ígnea espada, el sagrado poder de Kundalini, está allí, inmóvil, esperando que la Voluntad lo tome en sus manos para dominar y ser soberano absoluto.

Porque la Voluntad es esencia en sí de cada una de las personalidades de los seres, completamente distinta a todas las demás; y hasta que el hombre no sepa usarla no logrará la Suma Realización, porque los hombres saben que la Voluntad es un algo que impulsa a hacer lo que a veces parece imposible, pero no saben que para tener efecto ese impulso ha de ser el propio y no el ajeno.

Los hombres no poseen la Voluntad, si bien la conocen, porque buscan en fuentes ajenas. En una palabra, creen que la Voluntad es hacer lo que otro quiere, lo que a otro le gusta, lo que otro le ha enseñado, lo que otro ha dicho.

Como el hombre es mentalmente esclavo y toma, a ciegas, la Voluntad ajena como propia, no logra el triunfo, porque la Voluntad es aquella amante fiel que únicamente escucha el llamado de su legítimo esposo.

Pruebe el hombre querer lo que él quiere, a buscar, no lo que las enmarañadas ideas ajenas han formado en su mente, sino lo que es en él inclinación natural, mental y espiritual, y verá cómo la mente contesta al llamado de la Voluntad y cómo la Voluntad levanta aquél extraño poder personal, que es la potencia del ser en sí.

Así hizo Dios el Universo, manifestando su Propia, Única y Absoluta Voluntad.


Enseñanza 15: El Don del Olvido

En un punto determinado del Sendero, el discípulo queda perplejo ante un nuevo aforismo: “Como gota de agua, en un inmenso mar, el alma para vivir la hora eterna, ha de sumergirse en el mar del olvido”.

Pero dos preguntas imperiosas acuden a la mente: ¿No es acaso necesario recordar el pasado para vivificar la mente, para embellecer el recuerdo, conocerse a uno mismo? ¿Y, no se ha enseñado con continuos ejercicios retrospectivos, cómo buscar el propio pasado y procurar encontrar aquél hilo perdido de las existencias anteriores?

Sí. Pero el Olvido que habla esta enseñanza nada tiene que ver con el recuerdo vívido de los hechos pasados.

El don del Olvido es la gracia espontánea, concedida al alma, del desapego de las cosas pasadas y de los sentimientos que sirvieron de base para la experiencia, ya inútiles.
El recuerdo, según la Enseñanza, es de la mente; el Olvido es del corazón.

Sólo un corazón que ha olvidado y ha apagado el volcán de las pasiones, puede recordar serenamente. Cuando ya no hay carbones encendidos bajo las cenizas, se ha logrado el Olvido.

¡Con cuánta sabia previsión cubre la Ley Eterna el pasado del hombre con el manto del Olvido! ¿Y, por qué lo hace, sino para cortar los sentimientos del pasado, para romper en parte las cadenas fundamentales de la ley de causa y efecto?

Recordar los momentos pasados de la vida con claridad mental es analizar los hechos y utilizarlos como medios de bien para el porvenir; pero sentir los hechos pasados es atarse a ellos, es volver a sufrir lo sufrido, es amar lo amado, es desear lo deseado, es vivir lo muerto.

Aquél que se ha desapegado de las cosas de ayer, ése sólo puede decir que ha olvidado, y vive la felicidad de la hora presente, de la Hora Eterna.

Millares de fantasmas, creados por los afectos y pensamientos, siguen al hombre, no como claras ideas sino como vagas reminiscencias que continuamente le impulsan a vivir lo pasado.

El don del Olvido consiste a matar estas larvas; si la mente las sabe conocer, el corazón las sabe desterrar.

Dice un Maestro que, cuando el alma ha olvidado todo su pasado, quedan instantáneamente rotos los lazos del Karma y puede sumergirse, de inmediato, en el océano de la Divinidad Indiferenciada.

Deje el estudiante de lloriquear por su pasado, de reprocharse lo que ha hecho o lo que no hizo, de recordar inconvenientes y obstáculos en el camino, pues sólo una cosa vale: Tener limpio el corazón; y un corazón limpio es como la sonrisa de un niño que nada sabe del objeto que la provoca.

Deje el discípulo la carga pesada de la bolsa del pan del pobre, para transformarse en un nuevo ser, carne de su carne y sangre de su sangre, expresión de la fuente Eterna, que es lo sin tiempo en el espacio y el momento actual en el alma del ser.

Los recuerdos nítidos del pasado nada tienen que ver con determinado ser, pues pertenecen al depósito Cósmico, al libro instructor de la vida, al pasado que no es de uno, sino de todos los seres.

Únicamente así tiene el discípulo derecho a recordar. Mas el pasado de uno mismo, aquél que levanta torbellinos de recuerdos emotivos y pasionales, debe ser extirpado del corazón.

¡Qué maravillosa, qué grande, qué absorbente es esta hora que revela al corazón del Adepto esta magna verdad!


Enseñanza 16: La Transmutación

Cuando el ser cruza el círculo humano, recibe de manos del Hada Naturaleza el don de usar espontáneamente de su sexo.

Los animales están sujetos a las épocas, a los períodos de celo y a las combinaciones instintivas y alternativas del macho y de la hembra; mientras que el hombre normal y en sanas condiciones puede usar del acto de la reproducción cuando lo crea conveniente y necesario, según su instinto y razón.

Como el Universo en su forma expansiva y constructiva, así los órganos genitales, masculinos y femeninos, son la diminuta imagen de las palpitantes fuerzas cósmicas.
Verdaderos instrumentos divinos confiados a las manos de los hombres, para ser la fuente de la existencia y no sólo de la existencia, sino también de la renovación constante de la vida, el hombre cree que estos instrumentos sólo le fueron dados para procrear y gozar. Mas no es así, porque aparte de éstas, tienen otra función, interna: la de irrigar la sangre con una linfa maravillosa para renovar continuamente la existencia.

No hace muchos años, la ciencia también ha comprendido esta magna verdad; pero aún le falta descubrir el verdadero sentido de la Transmutación sexual, que no es sólo irrigación benéfica de la sangre, sino también un tónico psíquico para la mente y el alma.

Los testículos proporcionan el semen y los ovarios son receptáculo del óvulo; pero unos y otros tienen además las glándulas intersticiales, que desempeñan una función de secreción interna. Esta función intersticial, generativa y vigorizadora, se transforma en fuerza psíquica por la Transmutación, cuando interviene la mente concentrada sobre dicha función, pues la mente es el factor primario de la misma.

Hay seis distintas formas de Transmutación:

La primera forma es la natural, que la mente efectúa subconscientemente, especialmente en los años de la pubertad. Es tanta, entonces, la abundancia de secreción interna que la mente, instintivamente, se ve obligada a distribuirla por el cuerpo y a transformar en fuerza psíquica el excedente. 

No sólo pasa esto en los períodos críticos, sino todas las veces que hay sobreabundancia de ella.

La segunda forma es la aberrativa.

Ciertos seres, por el continuo abuso sexual, llegan a un estado de insatisfacción. Esa insatisfacción hace buscar medios de un refinamiento tal que conducen la mente a concentrarse fuertemente sobre el objeto, fomentando así la Transmutación; y hace llegar a un estado de torpe psiquismo que impulsa al uso de los estupefacientes.

Sobre esta práctica de Transmutación estaba basada toda la magia sexual de la Edad Media. La famosa reunión sabática de las brujas, que hizo arder durante siglos la hoguera de la Inquisición, no era más que una aberración sexual que producía una transmutación psíquica. Durante el éxtasis espasmódico, la mente, que era el factor que más trabajaba, levantaba fuerzas psíquicas. Pasado el espasmo, el sujeto caía en sopor, luego en un sueño profundo y gastaba después las reservas hechas, forjando las imágenes deseadas.

La tercera forma es la conyugal.

Todas las religiones santificaron el matrimonio para que el acto sexual se transformara en un acto de culto, en un acto mental.

El objetivo fijado de cumplir con la ley de generación y con el mandato del matrimonio llegó a producir, en ciertos casos místicos, verdaderas Transmutaciones, porque el semen, que va siempre acompañado por la carga psíquica, por el efecto de la voluntad, era lanzado solitario, transportándose toda la energía al cerebro. 

De allí, el valor del matrimonio religioso.

La cuarta forma es la virginal.

Cuando el cuerpo no ha probado, de ningún modo, los efectos del placer sexual, paulatinamente las fuerzas sexuales de los testículos o de los ovarios se repliegan sobre las glándulas intersticiales y, si bien después de muchos años, se hace efectiva la Transmutación.

La fuerza mental de estos seres se vuelve extraordinaria y fueron ellos los puntales, siempre, de toda religión o de Instituciones Filosóficas o Espiritualistas.

San Ambrosio, obispo de Milán, que fue un enamorado de la virginidad y conquistó muchas doncellas para el claustro, no se cansaba de repetir: la fuerza de la Iglesia Cristiana está asentada sobre la virginidad.

La quinta forma es la de los célibes.

Muchos seres sienten la necesidad, en determinado período de la vida, de renunciar a los goces materiales para gozar de las puras satisfacciones del alma. Hay celibato continuado y celibato periódico.

Todo hombre o mujer 
que sigue el Sendero Espiritual, tendría que hacer su cuarentena anual de celibato.

En la India, a una cierta edad, el celibato es obligatorio, impuesto por las leyes del Manú. 

La ausencia del placer conocido y el esfuerzo para vencerlo, hacen posible la Transmutación.

La sexta forma es la psíquica.

Ya se ha dicho que el semen siempre va cargado con una fuerza material, psíquica y mental.

Una fuerte y educada voluntad, que conozca el uso sexual y conozca la satisfacción de la renuncia, puede separar por completo estas tres fuerzas; y aún cuando expulse el semen al exterior, envía la energía a la sangre y la materia mental al cerebro.

Por ahora no es aconsejable dicha práctica, pues los ejercicios para lograr tal dominio están guardados para cursos superiores.

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Desenvolvimiento Espiritual - Santiago Bovisio -

Enseñanza 1: Hidrochosa - https://omarpal.blogspot.com.ar/2017/03/hidrochosa-santiago-bovisio_16.html

Enseñanza 2: El Tabernáculo Secreto - 
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Enseñanza 3: La Llamarada - 
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Enseñanza 4: Examen Retrospectivo - 
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Enseñanza 5: Reserva de Energías - 
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Enseñanza 6: Método de Vida - 
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Enseñanza 7: Asistencia y Trabajo - 
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Enseñanza 8: La Renunciación - 
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Enseñanza 9: Valor y Control Personal - 
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Enseñanza 10: El Ejercicio de la Memoria - 
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Enseñanza 11: El Amor Real - 
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Enseñanza 12: Los Doce Rayos del Amor - 
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Enseñanza 13: La Perseverancia - 
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Enseñanza 14: Conciencia y Voluntad - https://omarpal.blogspot.com.ar/2017/03/conciencia-y-voluntad-santiago-bovisio_16.html

Enseñanza 15: El Don del Olvido - https://omarpal.blogspot.com.ar/2017/03/el-don-del-olvido-santiago-bovisio_61.html

Enseñanza 16: La Transmutación - 
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Extraído de: http://santiagobovisio.com/esp/libros/curso1.htm
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