viernes, 30 de marzo de 2018

Siete Sermones a los Muertos - Carl Gustav Jung


Escritos por Basílides de Alejandría [1], la ciudad en que Oriente linda con Occidente.

El Primer Sermón

Los muertos regresaron de Jerusalén, donde no encontraron lo que buscaban. Pidieron que se les permitiera verme y exigieron que yo les enseñara, y así les enseñé:
Oídme: comienzo con la Nada. La Nada es lo mismo que la plenitud. En el eterno estado, la plenitud es lo mismo que la vacuidad. La Nada está vacía y llena. Se pueden expresar también algunas otras cosas acerca de la Nada, a saber: que es blanca o negra o que existe o que no existe. Aquello que es infinito y eterno no tiene cualidades puesto que las tiene todas.
Nosotros llamamos a la Nada, o plenitud, el Pleroma. En Él cesan el pensamiento y el ser, pues lo eterno no tiene cualidades. En él no hay nadie, pues si lo hubiera, estaría diferenciado del Pleroma y poseería cualidades que lo distinguirían del Pleroma.
En el Pleroma no hay nada, y está todo. No es provechoso pensar en el Pleroma, pues hacerlo supondría nuestra disolución.

El mundo creado no está en el Pleroma, sino en sí mismo. El Pleroma es el principio y el fin del mundo creado. El Pleroma penetra el mundo creado como la luz del sol penetra el aire en todas partes. Aunque el Pleroma lo penetra por completo, el mundo creado no tiene parte de él, como un cuerpo totalmente transparente no se vuelve oscuro 

o claro como resultado del paso de la luz a través de él. Nosotros mismos, sin embargo, somos el Pleroma, por lo tanto, el Pleroma está presente dentro de nosotros. Aún en el punto más pequeño, el Pleroma está presente sin ataduras, eterna y completamente, pues pequeñas y grandes son las cualidades ajenas al Pleroma. El Pleroma es la Nada que en todas partes está completa y es infinita. A causa de ello hablo del mundo creado como una porción del Pleroma, pero sólo en un sentido alegórico, pues el Pleroma no está dividido en porciones, puesto que es la Nada. Nosotros también somos el Pleroma total; pues figurativamente el Pleroma es un punto dentro de nosotros excesivamente pequeño, hipotético, incluso no existente, y también es el firmamento infinito del cosmos a nuestro alrededor. Sin embargo, ¿por qué hablamos acerca del Pleroma, si es el todo y también la nada? Hablo de él, para empezar por alguna parte, y también para haceros perder la ilusión de que en alguna parte dentro o fuera, hay algo absolutamente firme y definido. Todas las cosas llamadas definidas y sólidas son sólo relativas, pues únicamente aquello que está sujeto a cambios parece definido y sólido.
El mundo creado está sujeto a cambios. Es lo denso, sólido y definido, puesto que tiene cualidades De hecho, el mundo creado no es más que una cualidad.
Hacemos la pregunta: ¿Cómo se originó la creación? Las criaturas sin duda se originaron, pero no el mundo creado mismo, puesto que es una cualidad del Pleroma, de la misma manera que lo no creado; la muerte eterna también es una característica del Pleroma. La creación está siempre y en todas partes, y la muerte está siempre y en todas partes. El Pleroma lo posee todo: la diferenciación y la no diferenciación.
La diferenciación es creación. El mundo creado sin duda está diferenciado. La diferenciación es la esencia del mundo creado, y por esta razón lo creado también causa más diferenciación. Esta es la causa por la cual el hombre mismo es un divisor, pues su esencia es también diferenciación. Por esto distingue las cualidades del Pleroma, las que no existen. El hombre crea estas divisiones de su propio Ser. Ésta es la razón por la que el hombre habla de las cualidades del Pleroma que no existen.
Vosotros me diréis: ¿de qué sirve hablar de esto, si se ha dicho que es inútil pensar en el Pleroma? Os digo estas cosas para liberaros de la ilusión de que es posible pensar en el Pleroma. Cuando hablamos de las divisiones del Pleroma, estamos hablando desde la posición de nuestras propias divisiones, y hablamos de nuestro propio estado diferenciado; pero mientras lo hacemos, en realidad no hemos dicho nada acerca del Pleroma. Sin embargo, es necesario que hablemos de nuestra propia diferenciación, pues ello nos permite discriminar suficientemente. Nuestra esencia es la diferenciación. Por ello, debemos distinguir las cualidades individuales. Vosotros diréis: qué daño causa el no discriminar, pues entonces llegamos más allá de los límites de nuestro propio ser; nos extendemos más allá del mundo creado y caemos en el estado no diferenciado que es otra cualidad del Pleroma. Nos sumergimos en el Pleroma mismo y dejamos de ser seres creados. Así, estamos sujetos a la disolución y la nada. Esta es la mismísima muerte del ser creado. Morimos hasta el punto en que no logramos discriminar. Por esta razón el impulso natural del ser creado está dirigido hacia la diferenciación y hacia la lucha contra el antiguo y pernicioso estado de igualdad. La tendencia natural se llama Principium Individuationis (Principio de Individuación). Este principio, en efecto, es la esencia de todo ser creado. En estas cosas podéis reconocer sin dificultad por qué el principio no diferenciado y la falta de discriminación son un gran peligro para los seres creados. Por ello, debemos ser capaces de distinguir las cualidades del Pleroma. Estas cualidades son los pares de opuestos, tales como:
Lo efectivo y lo no efectivo
la plenitud y la vacuidad
lo vivo y lo muerto
la diferencia y la igualdad
la luz y la sombra
lo caliente y lo frío
la energía y la materia
el tiempo y el espacio
lo bueno y lo malo
lo bello y lo feo
la unidad y la multitud
Y así sucesivamente…
Los pares de opuestos son las cualidades del Pleroma; en realidad, también son inexistentes pues se eliminan mutuamente.

Como nosotros mismos somos el Pleroma, también tenemos estas cualidades presentes dentro de nosotros; ya que la base de nuestro ser es la diferenciación, poseemos estas cualidades en nombre y bajo el signo de la diferenciación, lo cual significa:

Primero: que las cualidades dentro de nosotros están diferenciadas unas de otras y, por lo tanto, no se eliminan mutuamente, sino irás bien están en acción. Así es como somos las víctimas de los pares de opuestos. Pues en nosotros el Pleroma está dividido en dos.
Segundo: las cualidades pertenecen al Pleroma, y podemos y debemos participar de ellas sólo en nombre y bajo el signo de la diferenciación. Debemos separarnos de estas cualidades. En el Pleroma se eliminan mutuamente; en nosotros, no lo hacen. Pero si sabemos cómo conocernos como seres aparte de los pares de opuestos, entonces, hemos alcanzado la salvación.
Cuando luchamos por lo bueno y lo bello, nos olvidamos de nuestro ser esencial, que es la diferenciación, y somos víctimas de las cualidades del Pleroma, que son los pares de opuestos. Luchamos para alcanzar lo bueno y lo bello, pero al mismo tiempo también alcanzamos lo malo y lo feo, pues en el Pleroma son idénticos a lo bueno y lo bello. Sin embargo, si nos mantenemos fieles a nuestra naturaleza, que es la diferenciación, entonces nos diferenciamos de lo bueno y lo bello y así, inmediatamente, nos diferenciamos también de lo malo y lo feo. Esta es la única manera de no fusionamos con el Pleroma, es decir, con la nada y la disolución.
Objetaréis y me diréis: has dicho que la diferenciación y la igualdad también son cualidades del Pleroma. ¿Cómo es, entonces, cuando luchamos por la diferenciación? ¿Acaso no somos fieles a nuestra naturaleza y debemos, finalmente, también estar en el estado de igualdad, mientras luchamos por la diferenciación? Lo que nunca deberíais olvidar es que el Pleroma no tiene cualidades. Nosotros somos quienes las creamos por medio de nuestro pensamiento. Cuando lucháis por la diferenciación o la igualdad o por otras cualidades, lucháis por pensamientos que fluyen hacia vosotros desde el Pleroma, es decir, pensamientos acerca de las cualidades inexistentes del Pleroma. Mientras corréis detrás de estos pensamientos, caéis de nuevo dentro del Pleroma y llegáis a la diferenciación y a la igualdad al mismo tiempo. Vuestro ser y no vuestro pensamiento es la diferenciación. Es por ello que no deberíais luchar por la diferenciación y la discriminación tal como las conocéis, sino luchar por vuestra verdadera naturaleza. Si en realidad lucharais, no necesitaríais saber nada acerca del Pleroma y sus cualidades, y aun así, llegaríais al verdadero objetivo gracias a vuestra naturaleza. Sin embargo, en vista de que el pensamiento nos aleja de nuestra propia naturaleza debo enseñaros el conocimiento con el cual podréis mantener vuestro pensamiento bajo control.

El Segundo Sermón

Durante la noche, los muertos permanecieron a lo largo de los muros y gritaron: “­¡Queremos saber acerca de Dios! ¿Dónde está Dios? ¿Está muerto?”
Dios no está muerto; está vivo como siempre. Dios es el mundo creado, puesto que es algo definido y, por lo tanto, está diferenciado del Pleroma. Dios es una cualidad del Pleroma y todo lo que he expresado con referencia al mundo creado es igualmente válido respecto a Él.
Dios se distingue del mundo creado, en cuanto que es menos definido y menos definible que el mundo creado en general. Está menos diferenciado que el mundo creado, pues el ámbito de su existencia es la plenitud efectiva; y sólo hasta el punto en que es definido y diferenciado es idéntico al mundo creado; así, Él es la manifestación real de la plenitud del Pleroma.
Todo lo que no diferenciamos cae dentro del Pleroma y se anula junto con su opuesto. Por lo tanto, si no discernimos a Dios, entonces, la plenitud real se nos anula. Dios mismo también es el Pleroma, hasta el más pequeño dentro del mundo creado, así como dentro del reino no creado, es en sí mismo el Pleroma.
La vacuidad efectiva es el ser del Diablo. Dios y el Diablo son las primeras manifestaciones de la nada, que llamamos el Pleroma. No importa si el Pleroma es o no es, ya que se anula en todas las cosas. Sin embargo, el mundo creado es diferente. Al ser Dios y el Diablo seres creados, no se anulan mutuamente, más bien se enfrentan como opuestos activos. No necesitamos pruebas de su existencia; es suficiente el hecho de que siempre debamos hablar acerca de ellos. Aún si no existieran, el ser creado (por su propia naturaleza diferenciada) siempre les daría a luz desde el Pleroma.
Todas las cosas que se manifiestan desde el Pleroma por la diferenciación son pares de opuestos; por lo tanto, Dios siempre tiene consigo al Diablo.
Como sabéis, esta correlación es tan íntima, tan indisoluble en vuestras propias vidas, que incluso es el Pleroma mismo. La razón de ello es que los dos se encuentran muy cerca del Pleroma, en donde todos los opuestos se anulan mutuamente y se unifican.
Dios y el Diablo se distinguen por la plenitud y la vacuidad, la generación y la destrucción. La actividad es común a ambos. La actividad los une. Por ello la actividad está por encima de ellos, estando Dios por encima de Dios, pues une la plenitud con la vacuidad en su funcionamiento.
Hay un dios del que no sabéis nada, pues los hombres se han olvidado de él. Lo llamamos por su nombre: Abraxas. Está menos definido que dios o el diablo. Para distinguir a dios de él, llamamos a dios Helios, o el sol. Abraxas es actividad; sólo lo irreal se le puede resistir; por ello su existencia activa se despliega con libertad. Lo irreal no es, por lo tanto, no puede resistir. Abraxas está por encima del Sol y por encima del Diablo. Es el improbable probable, que es poderoso en el reino de la irrealidad. Si el Pleroma fuera capaz de tener una existencia, Abraxas sería su manifestación.
A pesar de que es la actividad misma, no es un resultado en particular, sino un resultado en general.
Es la irrealidad activa, pues no tiene un resultado definido.
Sigue siendo un ser creado, puesto que está diferenciado del Pleroma.
El Sol tiene un efecto definido, igual que el Diablo: por lo tanto, nos parecen más reales que el indefinible Abraxas. Porque él es el poder, la resistencia, el cambio.
A estas alturas, los muertos sufrieron una gran conmoción, pues eran cristianos.

El Tercer Sermón

Los muertos se acercaron como la neblina desde los pantanos y gritaron: “-¡Continúa hablándonos del Dios supremo!”
Abraxas es el dios que es difícil conocer. Su poder es el supremo, pues el hombre no lo percibe en absoluto. El hombre ve el summum bonum (bien supremo) del Sol, y también el infinitum malum (mal infinito) del Diablo, pero no ve a Abraxas, puesto que es la Vida indefinible misma, que es la madre de lo bueno y lo malo. La vida parece más pequeña y más débil que el summum bonum (bien supremo), por lo que es difícil pensar que Abraxas habría de reemplazar al Sol en su poder, que es la fuente radiante de toda fuerza de vida. Abraxas es el Sol y también el abismo eternamente abierto de vacuidad, de quien disminuye y disimula, del Diablo. El poder de Abraxas es doble. No podéis verlo, pues en vuestros ojos la oposición de este poder parece anularlo. Lo que es dicho por el Dios-­Sol es vida; lo que es dicho por el Diablo es muerte. Sin embargo, Abraxas pronuncia la palabra venerable y la maldita, que es, al mismo tiempo, la vida y la muerte. Abraxas genera la verdad y la falsedad, el bien y el mal, la luz y la sombra con la misma palabra y la misma acción. Por lo tanto, Abraxas es verdaderamente el terrible. Es magnífico como el león en el preciso momento en que derriba a su presa. Su belleza es como la de una mañana de primavera. En efecto, él mismo es el Pan mayor, y también el menor. Es Príapo. Es el monstruo del mundo inferior, el pulpo con mil tentáculos, es el retorcimiento de serpientes aladas y de la locura. Es el hermafrodita del comienzo más inferior. Es el señor de sapos y ranas, que viven en el agua y se dirigen a la tierra, y que cantan juntos a mediodía y a medianoche. Es la plenitud, que se une a la vacuidad. Es la sagrada unión; es el amor y la muerte de él; es el santo y su traidor.
Es la luz más brillante del día y la más oscura noche de locura. Verlo significa la ceguera; conocerlo es la enfermedad; adorarlo es la muerte; temerle es la sabiduría. No resistírsele significa la liberación.
Dios vive detrás del Sol; el Diablo vive detrás de la noche. Lo que Dios crea de la luz, el Diablo lo arrastra hacia la noche. Sin embargo, Abraxas es el cosmos, su génesis y su disolución. A cada don del Dios-­Sol, el Diablo le añade su maldición. Todas las cosas que vosotros pedís al Dios­-Sol generan una acción del Diablo. Todas las cosas que lográis a través del Dios­-Sol se suman al poder efectivo del Diablo. Así es el terrible Abraxas. Es el ser manifiesto más poderoso, y en él la creación siente temor de sí misma. Es la protesta revelada de la creación contra el Pleroma y su nada. Es el terror que el hijo siente contra su madre. Es el amor de la madre por su hijo.
Es el deleite de la tierra y la crueldad del cielo. El hombre se paraliza ante su rostro. Antes que él, no existen preguntas ni respuestas. Es la vida de la Creación. Es la actividad de la diferenciación. Es el amor del hombre. Es la palabra del hombre. Es tanto el brillo como la sombra oscura del hombre. Es la realidad engañosa.
Aquí, los muertos se lamentaron y se enfurecieron grandemente, pues aún eran incompletos

El Cuarto Sermón

Refunfuñando, los muertos llenaron la habitación y dijeron: “¡Háblanos sobre dioses y diablos, tú, maldito!”
El dios-­sol es el bien supremo, el diablo es lo opuesto; por ello tenéis dos dioses. Sin embargo, hay muchos bienes grandes y muchos males inmensos, y entre ellos hay dos dioses-­diablos, uno de los cuales es el ardiente, y el otro, el creciente. El ardiente es Eros en su forma de llama. Brilla y devora. El creciente es el Árbol de la Vida; crece verde y acumula materia viviente mientras crece. Eros se enciende y luego se extingue; el árbol de la vida, sin embargo, crece lentamente y alcanza una estatura majestuosa a través de las innumerables eras.
El bien y el mal se unen en la llama. El bien y el mal se unen en el crecimiento del árbol. La vida y el amor se oponen en su propia divinidad.
Inconmensurable, como la constelación de estrellas, es el número de dioses y diablos. Cada estrella es un dios, y cada espacio ocupado por una estrella, un diablo. Y la vacuidad del todo es el Pleroma. La actividad del todo es Abraxas; sólo lo irreal se le opone. Cuatro es el número de las divinidades principales, pues cuatro es el número de las medidas del mundo. Uno es el principio: el Dios­Sol. Dos es Eros, pues se expande con una luz brillante y combina dos. Tres es el Árbol de la Vida, pues llena el espacio con cuerpos. Cuatro es el Diablo, pues abre todo lo que está cerrado; disuelve todo lo que tiene forma y cuerpo; es el destructor, en el que todas las cosas vuelven a la nada.
Soy afortunado, pues se me concedió el conocimiento de la multiplicidad y la diversidad de los dioses. Pobres de vosotros, pues habéis sustituido la unidad de Dios por la diversidad que no puede transformarse en el Uno. A través de ello, habéis creado el tormento de la incomprensión y la mutilación del mundo creado, cuya esencia y ley es la diversidad. ¿Cómo podéis ser fieles a vuestra naturaleza cuando intentáis hacer uno de los muchos? Aquello que hacéis a los dioses, recae en vosotros. Estáis todos hechos de la misma manera, y, así, vuestra naturaleza también está mutilada.
Por el bien del hombre puede reinar la unidad, pero nunca por el bien de Dios, pues hay muchos dioses pero pocos hombres. Los dioses son poderosos y soportan su diversidad, pues, como las estrellas, permanecen en soledad y están separados por enormes distancias unos de otros. Los humanos son débiles y no pueden soportar su propia diversidad, pues viven cerca unos de otros y siempre desean compañía, por lo cual no pueden soportar su propio y preciso estado de separación. Por el bien de la salvación os enseño lo que debe desecharse, por lo cual yo mismo he sido expulsado.
La multiplicidad de los dioses iguala a la multiplicidad de los hombres. Incontables dioses están esperando convertirse en hombres. Incontables dioses ya han sido hombres. El hombre participa de la esencia de los dioses; proviene de los dioses y se dirige hacia Dios.
Así como es inútil hablar sobre el Pleroma, también en inútil venerar a los múltiples dioses. Más inútil aún es venerar al primer Dios; plenitud real y bien supremo. A través de nuestras plegarias no podemos añadir ni quitarle nada, pues su vacuidad real se traga todo. Los dioses de la luz componen el mundo celestial, que es múltiple y se extiende hacia el infinito y se expande en la inmensidad. Su señor supremo es el Dios­Sol. Los dioses oscuros forman el mundo inferior. No tienen complicaciones y son capaces de disminuir y encogerse en el infinito. Su señor más profundo es el Diablo, espíritu de la Luna, el siervo de la Tierra, que es más pequeño, más frío y más inerte que la Tierra.
No existe diferencia entre el poder de los dioses celestiales y los terrenales. Los celestiales se expanden, los terrenales se reducen. Ambas direcciones se extienden en el infinito.

El Quinto Sermón

Los muertos estaban llenos de desprecio y gritaban: “¡Enséñanos, loco, acerca de la Iglesia y la sagrada comunidad!”
El mundo de los dioses se manifiesta en la espiritualidad y la sexualidad. Los dioses celestiales aparecen en la espiritualidad, los terrenales en la sexualidad.
La espiritualidad recibe y abarca. Es femenina, en consecuencia, la llamamos Mater Coelestis, madre celestial. La sexualidad genera y crea. Es masculina y la llamamos Phallos, padre terrenal. La sexualidad del hombre es más terrenal, mientras que la de la mujer es más celestial. La espiritualidad del hombre es más celestial, pues se mueve hacia lo grande. Por otra parte, la espiritualidad de la mujer es más terrenal, pues se mueve hacia lo más pequeño.
Perversa y engañosa es la espiritualidad del hombre que se dirige hacia lo más pequeño; lo mismo sucede con la espiritualidad de la mujer que se dirige hacia lo más grande. Cada cual debe encaminarse hacia su propio lugar.
El hombre y la mujer se vuelven perversos uno con el otro cuando no separan sus caminos espirituales, pues la naturaleza de los seres creados siempre tiene el carácter de la diferenciación.
La sexualidad del hombre se dirige a lo terrenal; la de la mujer se dirige a lo espiritual. El hombre y la mujer se vuelven perversos uno con otro si no hacen una discriminación entre sus dos formas de sexualidad.
El hombre debe conocer lo que es más pequeño, la mujer lo que es más grande. El hombre debe separarse de la espiritualidad y de la sexualidad. Llamará Madre a la espiritualidad, y la entronará entre el cielo y la tierra. Llamará Phallos a la sexualidad, y la colocará entre él y la tierra, pues la Madre y el Phallos son demonios sobrehumanos y son manifestaciones del mundo de los dioses. Son más reales para nosotros que los dioses, pues están más cerca de nuestra propia existencia. Cuando no podéis distinguir entre vosotros, por una parte, y la sexualidad y la espiritualidad por otra, y cuando no podéis verlas como existencias por encima y a vuestro lado, entonces os convertís en sus víctimas, es decir, las del Pleroma. La espiritualidad y la sexualidad no son vuestras cualidades, no son cosas que podáis poseer y abarcar; por el contrario, son demonios poderosos, manifestaciones de los dioses y, en consecuencia, se yerguen por encima de vosotros y existen en si mismas. No poseemos la espiritualidad o la sexualidad por nosotros mismos; más bien estamos sujetos a las leyes de la espiritualidad y la sexualidad. Por lo tanto, nadie escapa de estos dos demonios. Los veréis como demonios, como causas comunes y graves peligros, como los dioses y, sobre todo, como el terrible Abraxas.

El hombre es débil, en consecuencia la comunidad es indispensable; si no está la comunidad bajo el signo de la Madre, entonces está bajo el signo del Phallos. No tener comunidad significa sufrimiento y enfermedad. La comunidad trae consigo la fragmentación y la disolución. La diferenciación conduce a la soledad. La soledad es contraria a la comunidad. Gracias a la debilidad de la voluntad del hombre, contrariamente a la de los dioses y demonios y su ley ineludible, existe la necesidad de la comunidad. 

Por ello, habrá tanta comunidad como sea necesario, no por el bien de los hombres, sino por el de los dioses. Los dioses os fuerzan dentro de una comunidad. Tanta comunidad como os impongan es necesaria, pero más de ello, es malo.
En la comunidad, cada uno estará sometido a otro, para que se mantenga la comunidad, puesto que la necesitáis. En el estado solitario, cada uno será colocado por encima de los demás, para que pueda conocerse y evitar la servidumbre. En la comunidad habrá abstinencia. Que en la soledad haya derroche de abundancia. Pues la comunidad es la profundidad, mientras que la soledad es la altura. El verdadero orden en la comunidad purifica y conserva. El verdadero orden en la soledad purifica y aumenta. La comunidad nos da calor, mientras que la soledad nos da la luz.

El Sexto Sermón

El demonio de la sexualidad llega a nuestra alma como una serpiente. Es mitad humano, y su nombre es pensamiento­deseo.
El demonio de la espiritualidad desciende a nuestra alma como un pájaro blanco. Es la mitad de un alma humana, y su nombre es deseo­pensamiento.
La serpiente es un alma territorial, mitad demoníaca; un espíritu relacionado con los espíritus de los muertos. Como estos, la serpiente también se introduce en varios objetos terrestres. La serpiente también infunde terror en los corazones de los hombres y enciende el deseo en ellos. La serpiente es en general de carácter femenino y siempre busca la compañía de los muertos. Está asociada con los muertos que están apegados a la tierra, que no han encontrado el camino por donde cruzar el estado de soledad. La serpiente es una ramera y se asocia con el Diablo y los malos espíritus; es un espíritu tirano y atormentador, que siempre tienta a las personas para quedarse con la peor compañía.
El pájaro blanco es el alma del hombre semi­celestial. Vive con la Madre y en ocasiones desciende de la morada de la Madre. El pájaro es masculino y su nombre es pensamiento efectivo. El pájaro es casto y solitario, un mensajero de la Madre. Vuela muy por encima de la Tierra. Impone soledad. Trae mensajes desde lejos, de aquellos que ya se han ido, que están perfeccionados. Lleva nuestras palabras a la Madre. La Madre intercede y advierte, pero no tiene poder contra los dioses. Es un vehículo del Sol.
La serpiente desciende a las profundidades y, con su astucia, paraliza o estimula al demonio fálico. La serpiente trae de las profundidades los pensamientos astutos del demonio terrenal, pensamientos que reptan por todas las aberturas y se saturan de deseo. Aunque la serpiente no quiere serlo, nos es útil. La serpiente elude nuestro alcance, la perseguimos y ella nos enseña el camino que, con nuestro limitado ingenio humano, no podríamos encontrar.
Los muertos alzaron la mirada con desprecio y dijeron: “-Deja de hablarnos de dioses, demonios y almas. Hemos sabido todo esto en esencia durante mucho tiempo”.

El Séptimo Sermón

Por la noche, los muertos regresaron y, entre quejas, dijeron: “-Debemos saber otra cosa, puesto que nos habíamos olvidado de discutirla: enséñanos acerca del hombre”.
El hombre es un portal por el que entran desde el mundo exterior los dioses, demonios y almas, hacia el mundo interior; desde el gran mundo hacia el mundo más pequeño. El hombre es pequeño e insignificante; enseguida lo dejamos atrás, y así entramos en el espacio infinito, en el microcosmos, en la eternidad interior.
En la distancia inconmensurable brilla una estrella solitaria en el punto más alto del Cielo. Este es el dios único de esta solitaria estrella. Es su mundo, su Pleroma, su divinidad. En este mundo, el hombre es Abraxas, que crea y devora a su propio mundo. Esta estrella es el dios y la meta del hombre. Es su divinidad guía: en ella, el hombre encuentra consuelo. A ella conduce el largo viaje del alma después de la muerte; en ella brillan todas las cosas que, de otra manera, podrían impedir al hombre ir al mundo mayor con el brillo de una gran luz. A ella el hombre debería orar. Esta oración aumenta la luz de la estrella. Esta oración construye un puente por encima de la muerte. Aumenta la vida del microcosmos, cuando el mundo eterno se enfría, esta estrella aún brilla.
No existe nada que pueda separar al hombre de su propio dios, si el hombre puede simplemente desviar su mirada del ardiente espectáculo de Abraxas. El hombre aquí, Dios allí. Debilidad e insignificancia aquí, poder creativo eterno allí. Aquí no hay más que oscuridad y frío húmedo. Allí todo es luz solar.
Después de oír esto, los muertos permanecieron en silencio, y se elevaron, como el humo sobre el fuego del pastor, que cuida a su rebaño durante la noche.

Anagrama:

Nahtriheccunde
Gahinneverahtunin
Zehgessurklach
Zunnus.


[1] Basílides es el pseudónimo que usó Jung. Aunque es posible que para él significara algo más que un recurso poético, ya que estos textos los produjo en un estado que podríamos llamar mediúmnico, y la tradición espírita postula que en estos episodios el médium no es más que un canal que redacta lo dictado por una entidad trascendente. 
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