martes, 31 de julio de 2012

Y si nos atrevemos a no ser para ser - Carlos Manuel Cadenas Mendoza

 
Una gitana me tomó la mano en un ascensor, leyó en mis líneas una suerte de destino que no entendía, pues como yo era materialista dialéctico aducía a esas manifestaciones culturales un sello subjetivo, ante esto me comportaba como inquisidor,

sin embargo, aquella mujer me dejó un tanto perplejo, no atiné a decirle nada, me dejé llevar, de las cosas que me dijo, entre olvidos y recuerdos me han seguido en mis actos, de sus palabras tengo presente esto:


“... muchacho, poetas, niños y locos tienen la propiedad de ver los hilos con los que la vida teje los átomos del tiempo,


déjate llevar por la ideas, encuentra las tuyas, busca en lo que ocurre a tu alrededor lo esencial de las cosas,


debes hacer lo que debes, y por favor sigue tu camino sin detenerte ante las paredes y los muros,


cada cosa que hagas por los demás te dará dolor y sonrisas, pero de ellas cosecharás tu plenitud,


recuerda que todos somos incomprensión hasta que reventamos la cáscara del huevo, nace y renace sin temer, rompe tu cáscara y atrévete...”.


En ese momento apenas había cumplido 18 años y era de los que pensaba que un pequeño esfuerzo más y salíamos de la injusticia, que estábamos cerca de una revolución, pensaba que la barricada del día siguiente era el gran llamado a las masas del pueblo, la multitud en un rapto de claridad barría el orden capitalista e instauraba una sociedad de iguales, la gente comprendía, soñaba yo, que el provecho del mundo no estaba en la renta ni en el egoísmo de la sociedad de dominio, estaba en lo simple de la consideración de cada ser vivo como semejante.

Creía que la edad de la inocencia de la humanidad había sido incautada por los amos, que en el afán de dominar a los pueblos les habían inyectado el veneno de la esclavitud y el egoísmo de esclavos, como hecho cultural y como razón natural, era el tiempo en que andaba discutiendo si existía una metafísica de los cuerpos, o los cuerpos eran la metafísica de todas las cosas.


Tenía interrogantes a la teoría marxista, sin embargo callaba, no quería ser acusado de idealista, ni mucho menos de no entender lo que había escrito un Alemán sabio e irrefutable.

A mis camaradas más cercanos confesaba mi gusto por la escritura y el deleite que me causaba leer poemas, interrogarme de mi relación con ese ausente que llamábamos mundo.


Como ahora, me fastidiaban los ismos, pensaba y pienso que si compartimos la meta de sacudirnos el capitalismo, todos deberíamos de mandar a la mierda esas divisiones.


No podía odiar a los trotskistas, ni a los anarquistas, ni a los istas de ningún género, pues a ellos los asumía como mis hermanos de camino.


Eso me trajo problemas, dudas, expulsiones y derrotas.


Recordaba eso de nacer y renacer, entonces empezaba como Sísifo, la cuesta era empinada pero tenía la voluntad para empezar de nuevo, cada vez derrotando en mi cabeza los dogmas y el sectarismo, me alejaba de esas consideraciones del movimiento fragmentado, creía y creo en la unidad como elemento capaz de engendrar, como una isla de la gente que se necesita y se acompaña.

Una vez ya fortalecido, en medio de una de esas interminables discusiones en los pasillos de la universidad me declaré Anarkocomunistatrokistavegetarianoomnivororetropos-mointracrebroobetivosubjetivo, en síntesis, humanista, revolucionario, poeta, loco y con la rebeldía desde los cabellos a la médula espinal.

A partir de esa declaración me hice libre, libre de consciencia, consciencia libre y comprometida con la ancha humanidad, comprendí que soy de los de abajo y mi interés es acabar con la existencia de la injusta repartición de la sonrisa, de los panes y de las noches que traen derecho de soñar.


Justicia era y es para mí el derecho humano a ser considerado gente, a que nos traten como gente, justicia es y fue una mujer con rostro amable, que amamanta y amamantó, al niño sediento de igualdad, fraternidad y paz, del cual somos promesa y deseo de porvenir.


Escribe y suscribe carlos manuel cadenas mendoza, cronista de cosas con poca importancia, dado su escaso valor comercial.


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Extraído del muro de Carlos Manuel Cadenas Mendoza en Facebook

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