miércoles, 25 de noviembre de 2009

Discurso de objeto y discurso de sujeto - Pablo Cazau


El discurso de objeto, más típico de las ciencias formales y las naturales, recorta esencias,

mientras que el discurso de sujeto, más propio de las ciencias culturales, explora complejidades.

Ambos discursos tienen sus limitaciones para dar cuenta acabada de su objeto de conocimiento,

pero también tienen sus ventajas porque permiten la transformación de dicho referente.

"La palabra le fue dada al hombre para encubrir su pensamiento". Talleyrand


Cuando intentamos definir "hombre" como animal racional, estamos dando indudablemente una definición inequívoca, precisa:

sabemos que hay cosas que son solamente animales (una jirafa),

y cosas que son solamente racionales (una computadora),

pero algo que sea al mismo tiempo animal y racional... es solamente el hombre.

Desde ya, no es esta la única manera de definir al hombre. También podríamos definirlo como un bípedo capaz de reír: bípedos hay muchos (una gallina, por ejemplo), y hay también cosas que se ríen (como por ejemplo la maquinita que reproduce el sonido de una risa, o una hiena).

Pero solamente el hombre reúne ambas características:
pararse en dos piernas y reír.

Con estos mismo criterios, también podemos definir al hombre como un bípedo implume, por ser el único ser que camina en dos extremidades y no tiene plumas, con lo cual nunca habremos de confundir al hombre con un avestruz. Sin embargo...

Se cuenta que los sucesores de Platón en la Academia de Atenas "dedicaron mucho tiempo y meditación al problema de definir la palabra 'hombre'. Finalmente decidieron que significaba 'bípedo implume'. Estaban muy satisfechos de esta definición hasta que Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó dentro de la Academia por encima de la muralla. Era indudable que se trataba de un bípedo implume, pero era también indudable que no se trataba de un hombre" (1).

En este punto nos preguntamos: ¿alcanza cualquiera de estas definiciones para dar cuenta íntegramente de toda la complejidad del hombre, o si se quiere de la naturaleza humana? La historia nos dice que no:
los griegos habían definido hace dos mil años al hombre como animal racional, pero esta escueta definición parece no haber conformado a muchos, ya que desde entonces se inventaron cientos de sistemas antropológicos para dar cuenta de la quididad humana:

Cassirer, por dar algún ejemplo, señaló que la racionalidad es un atributo insuficiente para definir al hombre, y que debemos considerarlo mas bien como un 'animal simbólico' (2).

Pero no nos dejemos invadir en este momento por la desazón cartesiana de dudar de toda teoría anterior por el hecho de que tarde o temprano vaya a quedar criticada y superada por otra teoría también dudosa e insuficiente, y reflexionemos algo más sobre la cuestión.

Podemos ir concluyendo hasta aquí que existe cierto tipo de lenguaje o de discurso que resulta insuficiente para el conocimiento total del hombre (suponiendo que esto fuera posible).
Este discurso insuficiente es el "discurso de objeto", un discurso que indudablemente recorta lo que juzga esencial del hombre, pero que sin embargo no explora toda su riqueza y complejidad.

Ejemplos de este tipo de discurso son el aristótelico, que define el hombre a partir de un género próximo y una diferencia específica; un discurso derivado del anterior:

el discurso taxonómico de la biología que define hombre como 'homo sapiens';
y el discurso fenomenológico de Husserl, que intenta también describir esencias.

Necesitaremos entonces, otro discurso que pueda dar cuenta toda la complejidad de la naturaleza humana, y que pueda superar la limitación del discurso de objeto que, en su afán de esencializar, pierde detalles que pueden ser fundamentales.

Este discurso ha sido calificado como "discurso de sujeto".

Un lenguaje de este tipo no toma al hombre como un objeto susceptible de ser recortado en categorías ontológicas, sino que pretende tomarlo como sujeto mismo, como lo que 'realmente' es.

El discurso de sujeto intenta aproximaciones ontológicas hacia lo óntico. Pero, ¿qué quiere decir esto?

Para entenderlo diferenciemos lo óntico de lo ontológico.

Lo óntico, en el presente contexto, es lo que la realidad es en sí misma.

Como el discurso de sujeto tiene como referente la realidad humana, lo óntico de este discurso es el hombre tal cual es.

Desde tal punto de vista, este nivel óntico es incognoscible, y equivale a lo que Lacan llamaba lo real en su sentido epistemológico (5), o lo que Kant llamaba el nóumeno.

Nadie tiene la suficiente objetividad y profundidad como para aprehender lo que el hombre realmente es, como lo prueban la diversidad de discursos antropológicos que aparecieron, aparecen y presumiblemente seguirán apareciendo.

Pero lo que sí intenta el discurso de sujeto son aproximaciones ontológicas hacia esa realidad incognoscible, realidad que aparece entonces como una especie de idea regulativa, es decir, como un ideal que se busca como meta, pero que nunca termina de alcanzarse.

Ambos discursos -de objeto y de sujeto- intentan aprehender al hombre, aunque de distinta manera: el discurso de objeto está prisionero de la ilusión de creer que sus categorías ontológicas agotan todo el sentido del ser hombre, o, si se quiere, de la ilusión de haber alcanzado lo óntico, mientras que el discurso de sujeto transita una permanente incertidumbre en tanto se percata de la imposibilidad del cumplimiento óntico del conocimiento de lo humano, y, tal como ocurre como el deseo en sentido freudiano, cuanto más intenta aludir al sujeto, más lo elude, ya que la tensión deseante implica también la búsqueda de un cumplimiento óntico (la realización efectiva del deseo), búsqueda que termina siempre con realizaciones sustitutivas.

El discurso de objeto se conforma con la definición esencial y la clasificación minuciosa,

mientras que el discurso de sujeto es más ambicioso, para lo cual debe pagar el precio de la imprecisión y la complejidad, como puede verse en los discursos de Nietszche o de Lacan.

El discurso de objeto detiene el curso del conocimiento en definiciones estáticas y precisas,

mientras que el discurso de sujeto lo deja fluír, desconfiando de las definiciones siempre muy acotadas y de las clasificaciones que dividen la realidad en partes en que ella no está dividida.

Ambos discursos no aparecen solamente en el ámbito de la ciencia, sino también en el discurso filosófico, en el cotidiano, y también en el periodístico:

en el estilo Grondona predomina un discurso de objeto, y en el estilo Neustadt un discurso de sujeto: tal vez por ello ambos periodistas se complementaban tan bien cuando trabajaron juntos, ya que uno podía compensar las insuficiencias del discurso del otro.


Discursos conceptistas y culteranistas


Los discursos de objeto y de sujeto también aparecen en la literatura.

El barroco español del siglo XVII ha producido dos estilos discursivos en cierto sentido opuestos entre sí: el conceptismo y el culteranismo.

El estilo literario conceptista procura plasmar el máximo de ideas con el mínimo de palabras. Entre sus representantes principales encontramos a Quevedo y Villegas y, desde luego, a Baltasar Gracián, famoso por su sentencia "lo bueno, si breve, dos veces bueno", y que algunos, pasándose de listos, expresaron alguna vez como "lo bue, si bre, dos veces bue".

El conceptismo se opone al culteranismo, aunque éste último no sea más que un refinamiento del conceptismo.

El estilo culteranista es amigo de la profusión de metáforas, los conceptos ingeniosos, los desbordes verbales, etc., y su representante principal es Góngora.

El lema de los culteranistas pareció ser: "para qué expresar las ideas con pocas palabras, cuando pueden expresarse con muchas y muy rebuscadas".

Mientras tanto, los conceptistas, amantes de la expresión lacónica y sentenciosa, no dejaban de criticar a sus oponentes cuando decían que "mas valen quintaesencias que fárragos" (3).

El lector habrá advertido enseguida que el discurso de objeto encuentra su homólogo literario en el discurso conceptista,

mientras que el discurso de sujeto tiene más relación con el discurso culteranista.

Tomemos tres ejemplos breves para comparar un discurso de objeto y un discurso culteranista.

a) El discurso de objeto podría definir hombre como animal racional, mientras que el estilo culteranista recurrirá a metáforas, como por ejemplo la de Blas Pascal, cuando llegó a definir al hombre como "una caña de pensar": algo indudablemente más risueño, pero también más rebuscado.

b) Para el discurso de objeto, el oro es un elemento químico que tiene un determinado número atómico y peso atómico.

Para el discurso metafórico de los culteranistas, en cambio, el oro bien puede ser algo así como el "fuego congelado", una metáfora que Borges, en su momento, había admirado bastante.

El discurso de objeto destacaría aquí que no hay necesidad de recurrir a otras expresiones de dudosa relevancia, como el fuego congelado. Entre otras cosas, para evitar llevarnos la sorpresa de la broma de Diógenes en la Academia.

c) Finalmente, para el discurso de objeto un ciprés al anochecer no es más que un "árbol monoico de la familia de las cupresáceas, de tronco recto, ramas erguidas, copa espesa y cónica, hojas pequeñas y escamosas y frutos gálbulos", uno de cuyos accidentes es el de estar en el momento en que empieza a faltar la luz del día.

Una metáfora de López Picó viene a retratar, en cambio el ciprés al anochecer como el "espectro de una llama".

Como vemos, no es preciso que el lenguaje culteranista recurra a demasiadas palabras, bastando muchas veces con que sean bien rebuscadas.

Hemos comparado deliberadamente discurso de objeto y discurso culteranista (y no, como mejor sería, comparar discurso de objeto con discurso de sujeto, o estilo conceptista con estilo culteranista), para poner de relieve la diferencia que hay entre los discursos gnoseológicos, cuya finalidad principal es conocer, y los discursos estéticos, cuya principal finalidad es estética.

Los primeros tienen eficacia gnoseológica porque supuestamente están al servicio del conocimiento, y son los discursos de objeto y de sujeto. Los segundos tienen en cambio una eficacia estética porque apuntan a despertar sentimientos en el lector, y son los dos estilos literarios españoles mencionados.

Finalmente, si hemos hablado de estos estilos literarios es para mostrar que ciertas actitudes gnoseológicas pueden hacerse corresponder con ciertas otras actitudes estéticas.


Actitud nomotética e ideográfica

Una tradicional división de las ciencias, clasifica a estas en nomotéticas e ideográficas:

"el pensar nomotético es el que busca las leyes; el ideográfico es el que se propone la descripción de los acontecimientos o hechos particulares" (4).

El primero corresponde a las ciencias naturales y el segundo mas bien a las 'ciencias del espíritu'.

Desde ya, todas las ciencias tienen algo de ambos discursos:

un biólogo no se ocupa solamente de definir taxonómicamente animales y vegetales ni de enunciar las leyes de la genética (discursos nomotéticos), sino además también hace descripciones precisas y detalladas de, por ejemplo, las costumbres de los animales, mostrando incluso sus diferencias individuales (discurso idiográfico).

Del mismo modo, una ciencia como la psicología intenta enunciar por ejemplo las leyes del aprendizaje o los principios metapsicológicos (discurso nomotético), pero también se embarca en explorar la complejidad de los conceptos o de las personas individuales (discurso ideográfico).

La actitud nomotética se corresponde con el discurso de objeto, y la actitud ideográfica se corresponde con el discurso de sujeto. En cierto tipo de ciencias predomina uno, y en otros otro.

Si queremos entendernos con un físico, un biólogo o un psicólogo experimentalista, deberemos emplear un discurso de objeto, y si queremos entendernos con un nietszchiano o un lacaniano utilizaremos un discurso de sujeto:

cada discurso sirve para entenderse con diferentes personajes. Como decía Carlos I de España y V de Alemania, hablar en italiano con los embajadores, en francés con las mujeres, en alemán con los soldados, en inglés con los caballos y en español con Dios.

Vaya ahora una última pregunta: ¿por qué el discurso de sujeto se ha apropiado de las ciencias del 'espíritu', hoy mas bien denominadas ciencias sociales? A modo de hipótesis, podemos esbozar dos razones:

a) El hombre es un ser complejo, y tal vez es más complejo del universo conocido. Ya de por sí el fenómeno de la vida es un misterio, al cual, en el caso humano, debemos agregar el enigma de la actividad psíquica.

b) El hombre se considera a sí mísmo un ser único, irrepetible, y singular.
Una piedra también lo es, sólo que esto último carece de importancia:

para el ser humano, nada hay más único que él mísmo,
invóquese la teoría del narcisismo o cualquier otra explicación que uno desee.

El discurso de sujeto es, entonces, el más apto para dar cuenta de algo que es considerado al mismo tiempo complejo y singular.

El discurso de objeto tiende a generalizar, y con ello quedan relegadas a un segundo plano tanto la singularidad, como así también la complejidad de los entes estudiados.


El efecto transformador del discurso

Hemos dicho que ni el discurso de objeto ni el discurso de sujeto pueden agotar todo el sentido de la condición humana.

El hecho de que constituyan apenas modos de aproximación a lo óntico, se debe, al menos en parte, al carácter tautológico del lenguaje (6):

toda palabra remite a otra palabra, y ésta última a otra, y así sucesivamente, con lo cual las palabras terminan remitiéndose unas a otras sin apuntar a una instancia exterior al lenguaje mismo, es decir, a la realidad, a lo óntico.

G. Bateson solía decir que los diccionarios deberían introducir de vez en cuando alguna definición ostensiva como para compensar la deficiencia de las definiciones "recurrentes", como él las denominaba.

Por ejemplo, dejar de definir al hombre como animal racional, y definirlo como "esto", al propio tiempo que señalamos a un hombre.

Bertrand Russell, en la misma línea de pensamiento, decía que quizá la única expresión linguística que nos podía remitir a lo real era la palabra "esto".

Por lo dicho hasta ahora, parecería ser que no hay salida posible:

sea que se trate de un discurso de objeto o que se trate de un discurso de sujeto, en la medida en que se refieran al hombre no pueden aprehender lo que el hombre es.

Sin embargo el lenguaje, y en particular el lenguaje científico, tiene una característica peculiar:

transforma su objeto de conocimiento.

En otras palabras, es capaz de modificar su referente, lo óntico; y, cuando este referente es la misma naturaleza humana, esta queda transformada por obra y gracia del lenguaje.

Esto representa de alguna forma, una salida a la circularidad del lenguaje, que puede así extenderse más allá de sí mísmo produciendo una modificación en lo real.

Para ilustrar esta característica transformadora del lenguaje, podemos mencionar ciertas ideas de algunos pensadores.

Jacques Lacan, por ejemplo, nos dice que el orden simbólico (el lenguaje) estructura el orden de lo real:

el sujeto se estructura a partir del discurso, el niño recibe un "baño de lenguaje" que modelará su psiquismo.

Paul Ricoeur es aún más específico, cuando nos dice que el discurso psicoanalítico estructura al hombre al mostrarnos una imagen de éste que, una vez difundida, hace que él vaya estructurándose en función de esa imagen.

De alguna manera, es posible decir que la difusión del psicoanálisis contribuyó a la creación de un 'hombre psicoanalítico' y que, los que se formaron en el psicoanálisis -tanto analistas como pacientes- fueron estructurándose a imagen y semajanza de esa imagen que nos legó Freud.

Si el hombre freudiano estaba enamorado de su madre y sentía a su padre como un rival, el hombre fue modelándose sobre esa base y comenzó a acostumbrarse a pensar acerca de sí en esos términos; si el hombre freudiano no debía sentirse tan culpable y debía dar canalizar constructivamente su instintividad para resolver su neurosis, también el hombre fue haciéndose en función de esa imagen.

El mismo Alfred Adler advirtió la situación, cuando dijo que "en aquellos enfermos nuestros que antes habían pasado por manos de algún psicoanalista, pudimos observar que hacen en sus sueños un uso muy extenso del simbolismo de Freud" (7).

Un último ejemplo de modificación del hombre por el discurso podemos también encontrarlo en los 'enunciados identificatorios' de Piera Aulagnier, fragmentos de discurso parental que, al ser comunicados al infante, producen en él modificaciones por un mecanismo de identificación con esos fragmentos (8).

Se trata, pues no sólo de una simple modificación del objeto de conocimiento, sino de una modificación del hombre real.

Cuando Piaget hablaba de la asimilación funcional, hacía referencia más a una modifcación del objeto en tanto objeto de conocimiento, pero no en tanto objeto real, como ocurría en la asimilación orgánica. El lenguaje, desde esta perspectiva, apunta a ambos tipos de modificación.

Plantear que el discurso estructura al sujeto es, en suma, como decir:

'voy siendo en la medida en que hablo sobre mí, y hablo sobre mí en la medida en que voy siendo'.

Este efecto transformador es posible encontrarlo tanto en el discurso de objeto como en el de sujeto, aunque tal vez los ejemplos más patéticos los podamos encontrar en el primero, cuando una simple categorización estructura al sujeto.

Tal el caso de la psiquiatrización de los pacientes a través de un diagnóstico:

hay pacientes que una vez rotulados como 'depresivos', asumen total o parcialmente esa identidad. De la misma manera (9) a través del discurso melancólico el sujeto se puede nihilizar, es decir, transformar en una 'nada', acentuando de esta manera el original estado de nihilización que generó su discurso melancólico.

DISCURSO DE OBJETO

Busca generalizar
Simplifica su objeto de estudio
Construye definiciones
Clasifica
Estilo conceptista
Actitud nomotética

DISCURSO DE SUJETO

Busca singularizar
Complejiza su objeto de estudio
Desarticula definiciones
Se resiste a clasificar
Estilo culteranista
Actitud ideográfica

(1) Copi Irving, "Introducción a la lógica", Buenos Aires, Eudeba, 1974, 15º edición, página 158.
(2) Cassirer Ernest, "Antropología fiosófica", Fondo de Cultura Económica.
(3) Grimberg Carl y Svanstrm Ragnar, "Historia Universal", Buenos Aires, Círculo de Lectores, Tomo 7, 1984, página 329.
(4) Ferrater Mora José, "Diccionario de Filosofía", Madrid, Alianza Editorial, 1979, Tomo 3, página 2383.
(5) Véase Cazau Pablo, "Lo real, lo imaginario, lo simbólico", El Observador Psicológico Nº 17, página 324.
(6) Véase Cazau Pablo, "Un viaje a través del diccionario", El Observador Psicológico Nº 2, página 58.
(7) Adler Alfred, "El sentido de la vida", Barcelona, Editorial Luis Miracle, 1964, 8º edición.
(8) Aulagnier Piera, "La violencia de la interpretación". Del pictograma al enunciado.
(9) Yáñez Cortés Roberto, Clases de Metodología de la Investigación Psicológica, Buenos Aires, Universidad de Belgrano, Octubre de 1987.
(cuadro)

Fuente: Revista "El Observador Psi" Nº24, Julio/Agosto 1997
Autor: Pablo Cazau

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